Lo que arrastra el viento. EXTRA

OBRAS MAESTRAS. imprescindibles, oiga.


De una etapa del concurso.



NUESTROS ANTEPASADOS, Italo CALVINO



Recojo en este volumen tres historias que escribí en la década de los cincuenta a los sesenta y que tienen en común el hecho de ser inverosímiles y de ocurrir en épocas remotas y en países imaginarios. Dadas estas características comunes, y a pesar de otras características no homogéneas, se piensa que constituyen lo que se suele llamar un “ciclo”, mejor dicho, un “ciclo cerrado” (es decir, acabado, en cuanto no tengo intención de escribir otras). Es una buena ocasión que se me presenta para volverlas a leer e intentar responder a preguntas que hasta ahora había eludido cada vez que me las había planteado: ¿por qué he escrito estas historias? ¿qué quería decir? ¿qué he dicho en realidad? ¿qué sentido tiene este tipo de narrativa en el marco de la literatura actual? [...] He querido hacer una trilogía de experiencias sobre cómo realizarse en cuanto seres humanos: en el caballero inexistente la conquista del ser, en el vizconde demediado la aspiración a sentirse completo por encima de las mutilaciones impuestas por la sociedad, en el barón rampante un camino hacia una plenitud no individualista alcanzable a través de la fidelidad a una autodeterminación individual: tres grados de acercamiento a la libertad. Y al mismo tiempo he querido que fueran tres historias “abiertas”, como suele decirse, que, sobre todo, se tengan de pie como historias, por la lógica del sucederse de sus imágenes, pero que comiencen su verdadera vida en el imprevisible juego de preguntas y respuestas suscitadas en el lector. Quisiera que pudieran ser vistas como un árbol genealógico de los antepasados del hombre contemporáneo, en el que cada rostro oculta algún rasgo de las personas que están a nuestro alrededor, de vosotros, de mí mismo.»
I. CALVINO, junio 1960



EL BARÓN RAMPANTE (1957)


Fue el 15 de junio de 1767 cuando Cósimo Piovasco de Rondó, mi hermano, se sentó por última vez entre nosotros. Lo recuerdo como si fuera hoy. Estábamos en el comedor de nuestra villa de Ombrosa, las ventanas enmarcaban las espesas ramas de la gran encina del parque. Era mediodía, y nuestra familia por tradición se sentaba a la mesa a aquella hora, a pesar de estar ya difundida entre los nobles la moda, procedente de la poco madrugadora Corte de Francia, de comer a media tarde. Recuerdo que soplaba viento del mar y las hojas se movían. Cósimo dijo: «¡He dicho que no quiero y no quiero!», y rechazó el plato de caracoles. Nunca se había visto una desobediencia tan grave (…)
-¡Cuándo te canses de estar ahí cambiarás de idea!-le gritó mi padre
-¡Nunca cambiaré de idea!-dijo mi hermano, desde la rama.
-¡Ya verás cuando bajes!
-¡No bajaré nunca!



EL VIZCONDE DEMEDIADO (1952)


Al levantar la sábana, el cuerpo del vizconde apareció horriblemente mutilado. Le faltaba un brazo y una pierna, y no sólo eso, sino que todo lo que era tórax y abdomen entre el brazo y la pierna había desaparecido, pulverizado por aquel cañonazo recibido de lleno. De la cabeza quedaban un ojo, una oreja, una mejilla, media nariz, media boca, media barbilla y media frente; la otra mitad de la cabeza era pura papilla. Por resumir, se había salvado sólo la mitad, la parte derecha, que por lo demás estaba perfectamente conservaba, sin un rasguño, salvo el enorme desgarrón que la había separado de la parte izquierda hecha trizas.
.....Los médicos, encantados:
.....-¡Huy, qué bonito caso!



EL CABALLERO INEXISTENTE (1959)


Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y de Fez, tiene un gravísimo inconveniente: no existe. Bajo la celada de su empenachado casco no hay rostro alguno; ninguna mano empuña su formidable y victoriosa espada. No se trata de un fantasma, no. Sencillamente, Agilulfo no es. Pero quiere ser, a fuerza de voluntad y de fe.