No hay, por lo tanto, ni individuos ni iglesias ni Estados que tengan justificación para invadir los derechos civiles y los bienes terrenales de cada cual bajo pretexto de religión. Quienes no concuerdan con esto, harían bien en meditar sobre los perniciosos gérmenes de discordia y de guerra, en cuán poderosa provocación para interminables odios, rapiñas y asesinatos proporcionan a la humanidad. No habrá paz ni seguridad ni amistad entre los hombres mientras prevalezca la opinión en orden a que el gobierno está basado en la gracia y que la religión debe ser propagada por la fuerza de las armas.
Pues si no se ha aprendido no ha sido, desde luego, por falta de tiempo. Porque años y siglos para advertirlas, reconocerlas, reflexionarlas y asumirlas sí que ha habido, pues son éstas unas palabras escritas en 1690.
Aunque no es extraña la ceguera y necedad mentales. Otras palabras, del mismo autor y de la misma obra, y, por tanto, de la misma fecha:
El cuidado del alma de todo hombre sólo le pertenece a él. ¿Pero qué sucedería si éste descuidara toda preocupación por su alma? A esto respondo: ¿qué ocurriría si descuidase su salud o sus bienes, cuál de estos asuntos incumbiría en mayor grado al gobierno: ¿Podría acaso el gobernante prescribir por ley expresa que alguien no se enfermara o empobreciera? Las leyes disponen, dentro de lo posible, que los bienes y la salud de los súbditos no se perjudiquen por el fraude o la violencia de los demás, mas no pueden defenderlos de su negligencia o de su mala administración. Nadie puede ser obligado contra su voluntad a ser rico o sano…