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Para escépticos, incrédulos, dubitativos, agnósticos y ateos

Uno de los temas más recurrentes, clásicos y peculiares de la filosofía cristiano-medieval: las pruebas de la demostración de la existencia de Dios.

Pruebas de la demostración de la existencia de Dios


¿Convincentes? ¿probatorias?

Más sobre Dios en la historia del pensamiento:
En PARA SABER áún MÁS: Sobre dios y dioses

Un experimento

El EXPERIMENTO GRAN REZADOR


Un divertido caso de estudio; si es que no es totalmente patético, es el Experimento del Gran Rezador: ¿Ayuda a recuperar a los pacientes la plegaria que se reza por ellos? Las plegarias son comúnmente rezadas a favor de personas enfermas, tanto en privado, como en lugares formales de oración. El primo de Darwin; Francis Galton, fue el primero en analizar científicamente, si rezar por las personas era eficaz. Él notó que cada domingo, en iglesias por toda Inglaterra, congregaciones completas rezaban públicamente por la salud de la familia real. ¿No deberían ellos; en consecuencia, ser inusualmente saludables, en comparación con el resto de nosotros, por quienes rezan solamente nuestros seres queridos más cercanos?

Galton se ocupó de eso; y no encontró ninguna diferencia estadística. Su intención, podría, en cualquier caso, haber sido satírica, como cuando él rezó en diferentes parcelas de tierra escogidas al azar para ver si las plantas crecían más rápido (ellas no lo hicieron).

Más recientemente, el físico Russell Stannard (uno de los tres bien conocidos científicos religiosos de Gran Bretaña) ha lanzado su peso sobre una iniciativa; financiada -por supuesto- por la Fundación Templeton, para someter a prueba experimentalmente, la proposición de que rezar por los pacientes enfermos mejora su salud.

Tales experimentos; si son hechos apropiadamente, tienen que ser doblemente ciegos, y este estándar fue estrictamente observado. Los pacientes fueron asignados; estrictamente al azar, a un grupo experimental (rezaron por ellos); o a un grupo de control (no rezaron por ellos). No se le permitió, ni a los pacientes, ni a los doctores u otros cuidadores de la salud, ni a los experimentadores, saber cuáles pacientes estaban recibiendo rezos ni cuáles no. Los que hicieron los rezos experimentales tenían que conocer los nombres de los individuos por los cuales estaban rezando; de otra forma, ¿qué sentido tendría rezar por ellos a diferencia de por cualquier otro? Pero se tuvo cuidado de decirle a ellos sólo su nombre y la letra inicial de su apellido. Aparentemente eso era suficiente para capacitar a Dios para que escogiese la correcta cama de hospital.
La mismísima idea de llevar a cabo tales experimentos está abierta a una generosa medida de ridículo, y el proyecto debidamente la recibió. Hasta donde yo se, Bob Newhart no hizo un dibujo sobre esto, pero puedo oír su voz con toda claridad:
¿Qué fue lo que dijiste Señor? ¿Qué no puedes curarme porque soy un miembro del grupo de control?… Ahhh…ya veo, las plegarias de mi tía no son suficientes. Pero Señor; el Sr. Evans de la cama en la puerta de al lado… ¿Qué dices Señor? ¿Qué el Sr. Evans recibió mil plegarias por día? Pero Señor, el Sr. Evans no conoce a mil personas…Ahhhh…ellas se referían a él simplemente como Jonh E… Pero Señor… ¿Cómo sabías tú que ellas no se referían a John Ellsworthy?… Ahhhh…está bien, tú usaste tu conocimiento infinito para averiguar lo que significaba Jonh E… Pero Señor…

Valientemente, ignorando todas las burlas, el equipo de investigadores cerró filas, para gastar 2,4 millones de dólares del dinero de Templeton, bajo el liderazgo del Dr. Herbert Benson, un cardiólogo del Instituto Mente / Cuerpo, ubicado cerca de Boston. El Dr. Benson fue citado antes en un comunicado de prensa de la Fundación Templeton, como: “creyendo que la evidencia sobre la eficacia de la plegaria intercediente en ambientes médicos está creciendo”. Confiadamente; entonces, la investigación estaba en buenas manos, improbable de ser echada a perder por vibraciones escépticas. El Dr. Benson y su equipo, monitorizaron a mil ochocientos dos (1.802) pacientes en seis hospitales, todos los cuales recibieron cirugía coronaria de bypass. Los pacientes fueron divididos en tres grupos. El grupo Uno recibió rezos sin saberlo. El grupo Dos (el grupo de control) no recibió rezos y sin saberlo. El grupo Tres recibió rezos y lo sabía. La comparación entre los grupos Uno y Dos examina la eficacia de la plegarias intercedientes. El grupo Tres examina los posibles efectos psicosomáticos de saber que están rezando por uno.
Los rezos fueron hechos por las congregaciones de tres iglesias; una en Minnesota, una en Massachusetts, y una en Missouri; todas distantes de los tres hospitales. A los individuos que rezaban; como fue explicado, les fue dado sólo el nombre y la primera letra del apellido de cada paciente por el que debían rezar. Es una buena práctica experimental estandarizar tan lejos como sea posible; y a ellos, en consecuencia, se les dijo que incluyeran en sus plegarias, la frase: “por una exitosa cirugía con una rápida y saludable recuperación sin complicaciones”.

Los resultados; publicados en la revista científica American Heart Journal de abril de 2006, fueron claros. No existió diferencia entre aquellos pacientes por quienes se rezó de los que no recibieron rezos. ¡Qué sorpresa! Existió una diferencia entre aquellos que sabían que se estaba rezando por ellos y los que no sabían si se estaba rezando o no por ellos; pero hacia la dirección equivocada: Aquellos que sabían que eran beneficiarios de los rezos, sufrieron significativamente más complicaciones que aquellos que no sabían que se estaba rezando por ellos. ¿Estaba Dios infligiendo un poco de castigo para mostrar su desaprobación de la totalidad de tan excéntrica empresa? Parece más probable que aquellos pacientes que sabían que se estaba rezando por ellos sufrieron como consecuencia de un estrés adicional: “ansiedad de desempeño”, como dijeron los experimentadores. El Dr. Charles Bethea, uno de los investigadores, dijo: “Puede haberles producido incertidumbre, al hacerles pensar: ¿Estoy tan enfermo que ellos tuvieron que llamar a un equipo de rezadores?”
En la litigante sociedad de hoy, ¿Es esperar demasiado, que aquellos pacientes que sufrieron de complicaciones del corazón; como consecuencia de saber que se estaba rezando experimentalmente por ellos, armen una demanda judicial contra la Fundación Templeton?

No sería ninguna sorpresa que los teólogos se opusiesen a este estudio; quizás ansiosos sobre su capacidad para poner a la religión en ridículo. El teólogo de Oxford; Richard Swinburne escribiendo; después que el estudio fracasó, lo objetó en base a que Dios responde a las plegarias sólo si ellas son ofrecidas por buenas razones.
Rezar por alguien en vez de por alguien más; simplemente por el lance de los dados en el diseño de un experimento doblemente ciego, no constituye una buena razón. Dios se daría cuenta de ello. Ese; de hecho, fue el punto de la sátira de Bob Newhart; y Swineburne tiene razón en hacerlo también. No es la primera vez que él trata de justificar el sufrimiento en un mundo gobernado por Dios:
Mi sufrimiento me proporciona la oportunidad para demostrar coraje y paciencia. Éste le proporciona a usted una oportunidad para demostrar consideración y para ayudar a aliviar mi sufrimiento. Y le proporciona a la sociedad la oportunidad de escoger si invertir un montón de dinero en tratar de hallar una cura para este o aquel tipo particular de sufrimiento…Aunque un buen Dios siente pena por nuestro sufrimiento, la mayor de sus preocupaciones es seguramente que cada uno de nosotros muestre paciencia, consideración y generosidad y; de paso, obtenga un carácter santo. Algunas personas necesitan urgentemente enfermarse por su propio bien; y algunas personas necesitan urgentemente enfermarse para proporcionarle a otros importantes opciones. Sólo de esa manera pueden algunas personas ser estimuladas a considerar seriamente las opciones sobre el tipo de persona que ellas deben ser. Para otras personas, la enfermedad no es tan valiosa.
Esta grotesca pieza de razonamiento, tan condenadamente típica de la mente teológica, me recuerda una ocasión cuando estaba en un panel televisivo con Swinburne, y también con nuestro colega de Oxford; el Profesor Peter Atkins. En un momento, Swineburne intentó justificar el Holocausto basándose en que le daba a los judíos una maravillosa oportunidad para ser valientes y nobles. Peter Atkins gruñó espléndidamente: “púdrase en el infierno” Otra pieza típica de razonamiento teológico ocurre más adelante en el artículo de Swineburne. Él correctamente sugiere que si Dios quisiese demostrar su propia existencia hallaría mejores formas de hacerlo que parcializando ligeramente las estadísticas de los grupos experimentales de pacientes coronarios versus los grupos de control. Si Dios existiera y quisiese convencernos a nosotros de ello, él podría llenar al mundo de “super-milagros.

Pero luego Swineburne deja caer su joya: “De todas formas, existe un montón de evidencia de la existencia de Dios, y demasiada de ella puede que no sea bueno para nosotros”. ¡Demasiada puede que no sea bueno para nosotros! Léalo de nuevo. Demasiada evidencia puede que no sea bueno para nosotros. Richard Swineburne es el recientemente retirado titular de la más prestigiosa cátedra de teología de Gran Bretaña, y es un miembro de la Academia Británica. Si es un teólogo lo que usted quiere, ellos no vienen más distinguidos. Quizás usted no quiera un teólogo.

Swineburne no fue el único teólogo en no reconocer el estudio; después que éste fracasó. Al Reverendo Raymond J. Lawrence le fue concedida una generosa tajada de espacio de opinión editorial en The New York Times para explicar porqué los líderes religiosos responsables “respirarán aliviados” al saber que no pudo hallarse evidencia de que la plegaria intercediente tuviese efecto alguno.
¿Hubiese cantado él una tonada diferente si el estudio de Benson hubiese tenido éxito en demostrar el poder de la plegaria? Quizás no, pero usted puede tener la certeza de que bastantes otros pastores y teólogos si lo hubiesen hecho.

La pieza del Reverendo Lawrence es principalmente memorable debido a la siguiente revelación: “Recientemente, un colega me contó sobre una devota y bien educada mujer, que acusó a un doctor de mala praxis médica en el tratamiento de su esposo. Durante los días en que su esposo estuvo moribundo; ella acusó que el doctor había fracasado en rezar por él”.

Otros teólogos se unieron a los escépticos inspirados por NOMA al contender que estudiar a la plegaria en esta forma es un desperdicio de dinero, porque las influencias sobrenaturales están por definición fuera del alcance de la ciencia. Pero como reconoció correctamente la Fundación Templeton, cuando financió el estudio, el supuesto poder intercesor de la plegaria; está, por lo menos en principio, dentro del alcance de la ciencia. Un experimento doblemente ciego podía ser hecho; y se hizo. Pudo haber tenido un resultado positivo. Y si hubiese sido así…¿Puede usted imaginar siquiera a un solo apologista religioso rechazando ese resultado positivo en base a que la investigación científica no es competente en asuntos religiosos? Por supuesto que no.

No es necesario decir, que los resultados negativos del experimento no sacudirán a los creyentes. Bob Barth, el director espiritual del ministerio de la plegaria de Missouri, quien suministró algunos de los rezadores experimentales, dijo: “Una persona de fe diría que el estudio es interesante, pero nosotros hemos estado rezando por un largo tiempo, y hemos visto funcionar a la plegaria; nosotros sabemos que funciona, y la investigación sobre la plegaria y la espiritualidad, apenas está comenzando”. Sí; nosotros sabemos por nuestra fe que la plegaria funciona; así que si la evidencia fracasa en demostrarlo, nosotros cerraremos filas hasta que finalmente obtengamos los resultados que queremos.

R. DAWKINS, El espejismo de Dios

Una historia ...

para pensar.
Porque pensar será peligroso, sí; pero es necesario, imprescindible, o casi, en ocasiones.

¿El Poder lo puede todo?

El último artículo de Agustín GARCÍA CALVO (y si no el último, último; sí de los últimos publicados)

LO QUE EL PODER NO PUEDE

Cierto que, lo mismo en la Fe del antiguo Régimen del Todopoderoso (con un todo que no le quite de ser infinito, claro) que hoy día en los centros, calles y domicilios del Régimen actual, cuando se oye confesar que el Dinero lo puede todo, el Poder tiene que asegurar que sí, que lo puede todo: ¿cómo no va a creer el Poder que sí?, ¿cómo va a decir Él que no?: ¿qué Poder sería ése?


Me acuerdo ahora de que, el año pasado, después de las revueltas llamadas del 15-M, unos cuantos nos pasábamos las noches de verano, hasta ya por estas fechas, acudiendo a la Puerta del Sol con algún humilde aparato megafónico para llamar la atención de algunos de los muchos transeúntes y juntar así algo de asambleílla donde tratar cuestiones políticas vivas y del común.

Una de ellas era ésta de “A ver, imaginemos: ¿es posible, se puede vivir sin dinero?”. A lo cual, entre otras cosas, recuerdos y testimonios que surgían, uno que andaba por allí, no tan joven, se adelantaba a preguntar con un tris de sorna: -¿No sería mejor que nos preguntáramos antes si se puede vivir con dinero?

A eso, algunos salíamos enseguida: -Aquí el amigo parece que quiere usar eso de vivir de otra manera que la corriente.

-Pues no sé: yo lo decía con el mismo sentido que se dice de los bichos y las yerbas y las otras cosas, y ésas no me negaréis que no viven con dinero. -No, ésas no. Salvo el caso de que sean tuyas.

-¿Mías? ¡Ja! Pero ésas ¿no ves ya que no son cosas? -Ah, ¿no? Pues ¿Qué son? -Dinero ¿no? Está claro.

- Lo que está claro es que quieres armarnos un lío con las palabras.

-Demasiado liosas están ellas de por sí: ¿no nos llamábais a desenredarlas? -Acaso; o al menos que no nos engañen tanto.

-¿Cómo?, por ejemplo. -Por ejemplo, así: el Poder, sea quien sea, ¿no es el que puede?

-Sí: el Alcalde, el Administrador, el Banco, el Padre de Familia, o Dios o la propia voluntad de uno, eso es el Poder, el que puede, ¿no?

-Y ¿Qué es lo que puede? -¿Cómo que qué?: pues eso: lo que pueda, más o menos, 3 semanas, 5 siglos…

-Pero no todo, lo que, al llegar a este ruedo, se oía. -Hombre, eso de todo… -A lo mejor se pasa de poder. -Es que si pudiera todo, no tendría ya nada que poder.

-¿Quién es la que se atreve a decir eso? -Nadie, una desconocida; no importa, y sigue.

-¿Vuelvo a preguntaros qué es lo que el Poder puede? -Pues lo que puede, ya está: ni más ni menos. O sea, lo que está mandado. Porque ya sabéis: los que mandan son los que obedecen, y, cuanto más obedecen, más mandan.

-Por eso será que el Poder no ha podido inventar un truco con más poder de engaño que el del régimen democrático.

-O sea el pueblo dominando al pueblo. -Como si el pueblo pudiera ser otra cosa que lo que sufre el Poder.

-Y ¿no será que viene usted aquí, para librarnos del Poder, a engañarnos con ilusiones y esperanzas? -No puedo: ese oficio está ya ocupado: es de lo que los políticos, financieros o padres os informan cada día, a cada momento, para que os creáis más y más que no hay más que eso: que el Poder lo puede todo.

-Ya. Así que usted ha descubierto que no es así y nos lo viene aquí a cantar.

-A ver, ¿Qué es lo que el Poder no puede? -Por lo pronto, lo que ya ha pasado: eso no puede hacer que suceda, ¿no? -Acaso. O acaso otra vez. -O muchas. -Pero eso ya no será lo mismo. -Y, si no es lo mismo, ya eso de otra vez será otra cosa

-Así que acabemos, compadre: ¿qué es lo que el Poder no puede? -Lo que es probable. -Ah. -Lo que no es futuro, ¿verdad? Ya entiendo: porque lo que ya es futuro, ya está hecho, ya se sabe, y no puede pasar.

-¿Eh? ¿Qué es eso? Pero las probabilidades, hombre, no son hechos, no se saben. -Pero se calculan, muchacho, como tú sabes, por el cálculo de probabilidades: ¿no es eso cosa real o del Régimen. -Es en eso en lo que el Poder está fundado. Las probabilidades, que el Poder sabe, son las muertes de las posibilidades que el Poder no sabe, maestro.

-Y entonces, ¿cuántas cosas hay que el Poder no pueda? ¿Muchas? -Pues ésas, ésas: como las que el Poder puede nunca son todas, éstas son (¿cómo decírtelo?) casi todas, hermanita.

-¡Ay, verano del 2011, si volvieras a reír como tú sabías! Porque, lo que es los que nos esperen…

A. GARCÍA CALVO, EL PAÏS, 4/IX/12

Frente al griterio, un poco de reflexión

A FAVOR DE LOS POLÍTICOS. Y DE QUE CAMBIEN

No parece necesario insistir en la existencia ambiental de ese huracán de desafección a la política —y a los políticos— que impregna, como una sustancia viscosa que todo lo cubre y ensucia, tanto sesudos artículos como despejadas charlas de café. Leemos y oímos que la maldad intrínseca de cuanto personal se dedica al ejercicio de la representación política solo es comparable al nivel de su corrupción. Hablamos de las élites extractivas que dicen algunos intelectuales y esos chorizos que nos cuentan algunos taxistas. Que son los mismos: los políticos. ¿Pero lo son algunos? ¿Pocos, muchos, o quizá lo son todos? Todos, todos ellos sin excepción. Y por eso debe ser que el pueblo no los quiere. Así, al menos, lo dice hasta el CIS y algún que otro juez.


Son unos inútiles y unos ladrones el concejal del pueblo más pequeño y el alcalde del municipio más poblado, el diputado de Izquierda Unida en el Parlamento asturiano o la consejera de Cultura de cualquier comunidad autónoma. Los peores son los de mayor rango, los diputados, ministros y equivalentes al frente de la procesión, hilera que debería convertirse, nos dicen las almas angelicales de tanto movimiento ciudadano, en siniestra cuerda de presos, tocados con el vergonzante capirote y el cartel de “Soy político, golpéenme” colgado del cuello. ¡Cuánta justicia habría en esa reata de desgraciados pasando entre la multitud por un estrecho pasillo, recibiendo los merecidos golpes de una ciudadanía engañada y masacrada por esos seres sin escrúpulos! ¡Qué canalla ese edil, qué miserable ese director general de Sanidad, qué vileza la de esa diputada de siglas indeterminadas, que ya se sabe que todos los partidos la misma mierda son!

No importa que esos políticos hayan sido elegidos, hace apenas 10 meses, por quienes ahora les vituperan. El 20 de noviembre de 2011 votó el 68,94% del censo, exactamente 24.666.392 ciudadanos. Ciudadanos, por lo que se ve, que votaron a unos corruptos e inútiles para ocupar los escaños que posteriormente desembocarían en la elección de los cargos más representativos del Estado. Esto pasó en noviembre del año pasado, y cuando vamos a soplar la vela del primer aniversario de este Gobierno nos encontramos con la ominosa desafección.

Quizá convendría ajustar el ojo a lo que tenemos delante, monstruo gigantesco que a veces se obvia en tanto fino análisis. La carta de Poe, vamos. Por ejemplo, que parece bastante lícito pensar que este desastre se debe, en primer lugar, a quienes gobiernan. Ya ven, cosas de Perogrullo. Recordemos —basta con echar la vista atrás unos pocos meses y ahí están todas las hemerotecas a un golpe de clic— que el Partido Popular y su principal dirigente, Mariano Rajoy, prometieron que mejorarían la situación económica y que crearían millones de empleos. No hará falta recordarles que todo, absolutamente todo, macro y microeconomía, ha empeorado hasta límites difícilmente sostenibles. Sí, bien, y la herencia recibida, y la oposición del PSOE no ilusiona ni a sus votantes, y Artur Mas agita irresponsablemente las aguas, y… Decía hace poco un dirigente político que Rajoy tenía mucha suerte: cuando gobierna el PSOE el culpable es el PSOE, cuando gobierna Rajoy los culpables son los políticos. Tal cual.

Pero no nos engañemos. La mayor desafección se produce porque la gente quiere soluciones a sus problemas, y solo ve cómo día a día nuestros políticos nada pueden —y no sabemos si quieren— contra los que de verdad deciden sobre nuestras vidas y sobre nuestras, cada vez menos, haciendas. La penuria lo tapa todo. Seis millones de parados y un panorama de mayor sacrificio y ruina, sin que nadie aviente una pizca de optimismo, es imposible que genere confianza entre una ciudadanía espantada, que tiene como referencia a los portugueses o a los griegos. Pasó con Zapatero y su 10 de mayo de 2010 trágico, y desde entonces la sensación de que nuestros ministros juegan poco más que el papel de muñecos del ventrílocuo —alemán, bruselense, político o banquero— ha ido agigantándose. Hoy, además, se añade a ese desastre un Gobierno que ha cercenado cualquier tipo de participación ciudadana, que desprecia al Parlamento, donde el presidente se niega a comparecer para explicar cómo son esos pactos que se cuecen a espaldas de los ciudadanos. Y poco, sí, poco, insiste una oposición encogida, dicen ellos que por patriotismo, o por propia debilidad que suponen los más.

Pero como decía Paul Auster, “para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión”. Así que habrá que echar grandes dosis de racionalidad a lo que de verdad está pasando para acertar con el enemigo real. Para mantener la democracia, deberemos dejar de lado a quienes nunca han creído en ella, a izquierdas y a derechas, sobre todo a derechas, y salvar, en lo que podamos, a la profesión de políticos. ¿Profesión, digo? Pues claro. ¿Cuál es el problema? Hay unas señoras —y señores— que hacen un trabajo, casi siempre de muchas horas, a los que hay que pagarles. A no ser que queramos que cobren de las inmobiliarias, de las eléctricas o, directamente, de los bancos. Que es, por lo que se ve, a lo que aspira el Partido Popular y que ha empezado a hacer Dolores de Cospedal, que quiero recordarles que no es solo la presidenta de una comunidad autónoma, sino que es la segunda en jerarquía del partido que nos gobierna.

El pueblo soberano ha luchado mucho a lo largo de los siglos para lograr el pase de siervo a ciudadano. Miles y miles de personas han dado incluso su vida para obtener derechos que hoy se consideran esenciales. Pero convendrá recordar que fueron políticos —y libérenme de tener que hablar de élites o vanguardias, que no es este el lugar— quienes recogieron el encargo de ese pueblo para poder articular el fin de tanto sufrimiento y la esperanza de un mundo mejor. Políticos fueron —tras las sabidas y dolorosas movilizaciones sociales, por supuesto, sin que sea necesaria mayor insistencia— quienes plasmaron en leyes el fin de la explotación infantil o una jornada laboral humana. Políticos han sido quienes han elaborado Constituciones que reconocen derechos inseparables de la dignidad de hombres y mujeres. Y políticos fueron también quienes armaron el conjunto del Estado de bienestar. Políticos eran los que hicieron posible la extensión de una sanidad de calidad para todos. Políticos también quienes decidieron que muchos, muchísimos millones, se destinaran a educación, se acabara con el analfabetismo y todo el mundo pudiera aspirar a una educación digna. Políticos los que encargaron autopistas —o trenes— para unir a los pueblos. Políticos fueron quienes intentaron que la Ley de Dependencia ayudara a las familias que más lo necesitaban. Políticos fueron quienes hicieron posible que Juan y Francisco, o María y Manuela, pudieran casarse después de tantos años de disimulo y vejaciones. Políticos son los que…

¿Mejora de la representación política? ¿Reforma de la Constitución? ¿Listas abiertas? ¿Vitalizar un Parlamento acartonado y alejado del pueblo? ¿Oír al pueblo? ¿Prescindir de privilegios infames? ¿Echar a todos los políticos corruptos? ¿Cuidar con mimo el dinero público? ¿Trabajar para el bienestar de todos? Pues sí, claro. Pero que esas reformas, y otras muchas, las hagan los políticos honrados y capaces que elijamos en las urnas. Anatema en estos momentos, ya sé. Como señalaba Bertrand Russell, “tengo recelo del Gobierno y desconfío de los políticos; pero como es preciso tener un Gobierno prefiero que sea democrático”. Y a ese Gobierno y a los partidos de oposición a ese Gobierno hay que vigilarlos de continuo, exigiéndoles el cumplimiento de lo prometido y no soportando ni un segundo la presencia pública de mentirosos, corruptos o vendidos a intereses espurios. ¿Salir a la calle para reclamar su cumplimiento? Naturalmente. Solo faltaría.

Lo dejó escrito José Martí: “En plegar y moldear está el arte político. Solo en las ideas esenciales de dignidad y libertad se debe ser espinudo como un erizo y recto como un pino”. Así deberían ser los políticos. Esos que necesita cualquier sociedad civilizada en los inicios del siglo XXI. Seguro que los hay.


J.M. IZQUIERDO, EL PAÍS, 16/X/2012

El doblepensar y la nueva lengua

“No solo se le exige al miembro del Partido que tenga las opiniones que se consideran buenas, sino también los instintos ortodoxos. Muchas de las creencias y actitudes que se le piden no llegan a fijarse nunca en normas estrictas y no podrían ser proclamadas sin incurrir a grandes contradicciones con los principios mismos del Ingsoc. Si una persona es ortodoxa por naturaleza [respecto al Partido] (en neolengua se le llama piensabien) sabrá en cualquier circunstancia, sin detenerse a pensarlo, cuál es la creencia acertada o la emoción deseable. Pero en todo caso, un enfrentamiento mental complicado, que comienza en la infancia y se concentra en torno a las palabras neolingüísticas paracrimen, negroblanco y doblepensar, le convierte en un ser incapaz de pensar demasiado sobre cualquier tema.

Se espera que todo miembro del partido carezca de emociones privadas y que su entusiasmo no se enfríe en ningún momento. Se supone que vive en un continuo frenesí de odio contra enemigos extranjeros y los traidores de su propio país, en una exaltación triunfal de las victorias y en absoluta humildad y entrega ante el poder y sabiduría del Partido. Los descontentos producidos por esta vida tan seca y poco satisfactoria son suprimidos de raíz mediante la vibración emocional de los Dos Minutos de Odio, y las especulaciones que podrían quizás llevar a una actitud escéptica o rebelde son aplastadas en sus comienzos, antes de asomar a la consciencia, mediante la disciplina interna adquirida desde la niñez.

La primera etapa de esta disciplina, que puede ser enseñada incluso a los niños, se llama en neolengua paracrimen. Paracrimen significa la facultad de parar, de cortar en seco, de un modo casi instintivo, todo pensamiento peligroso que pretenda salir a la superficie. Incluye esta facultad la de no percibir las analogías, de no darse cuenta de los errores de lógica, de no comprender los razonamientos más sencillos si son contrarios a los principios del Ingsoc y de sentirse fastidiado e incluso asqueado por todo pensamiento orientado en una dirección herética. Paracrimen equivale, pues, a estupidez protectora.

Pero no basta con la estupidez. Por el contrario, la ortodoxia en su más completo sentido exige un control sobre nuestros procesos mentales, un autodominio tan completo como el de un contorsionista sobre su cuerpo. La sociedad oceánica se apoya en definitiva sobre la creencia de que el Gran Hermano es omnipotente y de que el Partido es infalible. Pero como en realidad el Gran Hermano no es omnipotente y el Partido no es infalible, se requiere una incesante flexibilidad para enfrentarse con los hechos. La palabra clave de todo esto es negroblanco.

Como tantas palabras neolingüísticas, ésta tiene dos significados contradictorios. Aplicada a un contrario, significa la costumbre de asegurar descaradamente que lo negro es blanco en contradicción con la realidad de los hechos. Aplicada a un miembro del Partido significa la buena y leal voluntad de afirmar que lo negro es blanco cuando la disciplina del Partido lo exija. Pero también se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna es se creyó lo contrario. Esto exige una continua alteración del pasado, posible gracias al sistema de pensamiento que abarca todo lo demás y que se conoce con el nombre de doblepensar.

Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe qué está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad.

El doblepensar está arraigado en el corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido es el engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega…, todo esto es indispensable.

Incluso para usar la palabra doblepensar es preciso emplear el doblepensar. Porque para usar la palabra se admite que se están haciendo trampas con la realidad. Mediante un nuevo acto de doblepensar se borra este conocimiento; y así indefinidamente, manteniéndose la mentira siempre unos pasos por delante de la verdad. En definitiva, gracias al doblepensar ha sido capaz del Partido –y seguirá siéndolo durante miles de años- de parar el curso de la Historia.

(…)

Esta peculiar trabazón de elementos opuestos –conocimiento con ignorancia, cinismo con fanatismo- es una de las características de la sociedad oceánica. La ideología oficial abunda en contradicciones incluso cuando no hay razón alguna que las justifique.

Así, el Partido rechaza y vilifica todos los principios que defendió en un principio el movimiento socialista, y pronuncia esta condenación en nombre del socialismo. Predica el desprecio de las clases trabajadoras. Un desprecio al que nunca se había llegado, y a la vez viste a sus miembros con un uniforme que fue en tiempos el distintivo de los obreros manuales y que fue adoptado por esa misma razón. Sistemáticamente socava la solidaridad de la familia y al mismo tiempo llama a su jefe supremo con un nombre que es una evocación de la lealtad familiar. Incluso los nombres de los cuatro ministerios que los gobiernan revelan un gran descaro al tergiversar deliberadamente los hechos. El Ministerio de la Paz se ocupa de la guerra; el Ministerio de la Verdad, de las mentiras; el Ministerio del Amor, de la tortura, y el Ministerio de la Abundancia, del hambre.

Estas contradicciones no son accidentales, no resultan de la hipocresía corriente. Son ejercicios de doblepensar. Porque sólo mediante la reconciliación de las contradicciones es posible retener el mando indefinidamente. Si no, se volvería al antiguo ciclo. Si la igualad humana ha de ser evitada para siempre, si los Altos, como los hemos llamado, han de conservar sus puestos de un modo permanente, será imprescindible que el estado mental predominante sea una locura controlada”.

G. ORWELL, 1984

y casi 30 años después...

SINDIÓS
Desde que los ministros de Rajoy, en especial Montoro y Ana Mato, decidieron explicar didácticamente los porqués de la demolición del Estado, entendemos las cosas mucho mejor. He aquí un resumen, claro como el agua, de sus argumentos: Se pone precio a la sanidad para que continúe siendo gratuita y se expulsa de ella a determinados colectivos para que siga siendo universal. Se liquidan las leyes laborales para salvaguardar los derechos de los trabajadores y se penaliza al jubilado y al enfermo para proteger a los colectivos más vulnerables. En cuanto a la educación, ponemos las tasas universitarias por las nubes para defender la igualdad de oportunidades y estimulamos su privatización para que continúe siendo pública. No es todo, ya que al objeto de mantener el orden público amnistiamos a los delincuentes grandes, ofrecemos salidas fiscales a los defraudadores ambiciosos y metemos cuatro años en la cárcel al que rompa una farola.
Todo este programa reformador de gran calado no puede ponerse en marcha sin mentir, de modo que mentimos, sí, pero al modo de los novelistas: para que la verdad resplandezca. Dentro de esta lógica implacable, huimos de los periodistas para dar la cara y convocamos ruedas de prensa sin turno de preguntas para responder a todo.
Nadie que tenga un poco de buena voluntad pondrá en duda por tanto que hemos autorizado la subida del gas y de la luz a fin de que resulten más baratos y que obedecemos sin rechistar a Merkel para no perder soberanía. A no tardar mucho, quizá dispongamos que los aviones salgan con más retraso para que lleguen puntuales. Convencidos de que el derecho a la información es sagrado en toda democracia que se precie, vamos a tomar RTVE al asalto para mantener la pluralidad informativa. A nadie extrañe que para garantizar la libertad, tengamos que suprimir las libertades.

J.J. MILLÁS, El País, 27 abril 2012

¿Para cuando tomar el odio como amor, la esclavitud como libertad, la guerra como paz?




Carta al ciudadano 6.000.000.000 ... o a cualquier otro, a cualquiera de nosotros

En 1999, la población humana de la Tierra alcanzó la cifra de los 6.000.000.000
La O.N.U. había declarado el día 12 de octubre Día del ciudadano 6.000 millones y para celebrar tal acontecimiento y tal día, se había pedido a una serie de reconocidos escritores del mundo una colaboración que, reunidas bajo la forma de un libro, apareciera precisamente en esa fecha.

El escritor SALMAN RUSHDIE presentó la siguiente epístola:


Carta al bebé 6.000 millones

Querida personita seis mil millones: Como miembro más reciente de una especie que destaca por su curiosidad, es probable que no pase mucho tiempo antes de que empieces a formular las dos preguntas de los sesenta y cuatro mil dólares con las que los demás 5.999.999.999 de nosotros llevamos algún tiempo peleándonos:
-«¿Cómo llegamos aquí?»
-«Y, ahora que estamos aquí, ¿cómo viviremos?»

Por extraño que parezca, por si seis mil millones no fuéramos bastantes, con casi toda seguridad te sugerirán que la respuesta a la pregunta de nuestro origen exige que creas en la existencia de un ser distinto, invisible, inefable, que se encuentra «en algún lugar, allá arriba»; un creador omnipotente a quien nosotros, pobres seres limitados, somos incapaces de percibir, y mucho menos comprender. Es decir, te animarán encarecidamente a imaginar un cielo, habitado por un dios, como mínimo.

Este dios del cielo, según se dice, creó el universo revolviendo su materia en una olla gigante. O bien bailó. O bien vomitó la creación de su propio interior. O bien se limitó a decir que se hiciera y, hete aquí, que se hizo.

En algunas de las historias más interesantes de la creación, ese único poderoso Dios del cielo se subdivide en muchas fuerzas menos importantes, divinidades menores, avatares, antepasados metamórficos gigantescos cuyas aventuras crean el paisaje, o los panteones crueles, entrometidos, licenciosos y caprichosos de los grandes politeísmos, cuyos actos alocados te convencerán de que el motor real de la creación fue el deseo: de poder infinito, de cuerpos humanos demasiado quebradizos, de aureolas de gloria.

Pero es de justicia añadir que también hay historias que transmiten el mensaje de que el principal impulso creador fue, y es, el amor.
Muchas de estas historias te parecerán muy bellas y, por lo tanto, seductoras. Por desgracia, sin embargo, no tendrás que reaccionar de modo puramente literario a ellas. Sólo las historias de las religiones muertas pueden valorarse por su belleza. Las religiones vivas son mucho más exigentes. Así que te dirán que la creencia en tus historias, y la observancia de los rituales de culto que han surgido a su alrededor, deben convertirse en una parte fundamental de tu vida en este concurrido mundo.

Las llamarán el corazón de tu cultura, incluso de tu identidad individual. Es posible que en algún momento te parezcan ineludibles, no en la forma en que la verdad lo es, sino más bien como una cárcel de la que uno no puede evadirse. Puede que en algún momento dejen de parecerte textos que los seres humanos han empleado para resolver un gran misterio, y en cambio te parezcan pretextos para que otros seres humanos, ungidos como es debido, te den órdenes. Y es cierto que la historia humana abunda en la opresión pública que ejercen los aurigas de los dioses. Según la gente religiosa, sin embargo, el consuelo particular que la religión proporciona compensa con creces el mal que se inflige en su nombre.

A medida que los conocimientos humanos han ido aumentando, también se ha vuelto evidente que todas las historias religiosas sobre cómo hemos llegado aquí son, sencillamente, falsas. Eso es, finalmente, lo que todas las religiones tienen en común. No lo entendieron bien. No hubo ni revolvimiento celestial, ni danza del Creador, ni vómito de galaxias, ni antepasados serpiente o canguro, ni Valhalla, ni Olimpo, ni seis días de magia seguidos de uno de descanso. Falso, falso, falso.
Sin embargo, hay un punto que resulta de lo más extraño. La falsedad de los relatos sagrados no ha disminuido en lo más mínimo el fervor de los devotos.
Más bien, la sandez total y desfasada de la religión lleva a sus adeptos a insistir con mayor estridencia aun en la importancia de la fe ciega.

Por cierto, como consecuencia de esta fe, en muchas partes del mundo ha resultado imposible impedir que la cantidad de miembros de la raza humana aumente de modo alarmante. La culpa de esta superpoblación, por lo menos en algunas zonas del planeta, la tienen los malos consejos de los guías espirituales. En tu propia vida, es muy posible que asistas a la llegada del ciudadano nueve mil millones del mundo. Si eres indio (y tienes una entre seis probabilidades de serlo) estarás vivo cuando, gracias al fracaso de los planes de planificación familiar, en esa tierra pobre y temerosa de Dios, la población supere a la de China.
(Si bien muchas personas nacen como consecuencia, en parte, de las restricciones religiosas al control de la natalidad, también muchos seres humanos mueren a causa de la cultura religiosa que, al negarse a enfrentarse a los hechos de la sexualidad humana, también impide que se combata la propagación de las enfermedades de transmisión sexual).

Hay quienes te dirán que los grandes conflictos del nuevo siglo serán otra vez enfrentamientos religiosos, yihad y cruzadas, como lo fueron en la Edad Media. Yo no lo creo, al menos en la forma en que ellos se refieren. Mira el mundo musulmán, o mejor dicho, el mundo islamista, por usar la palabra acuñada para describir el actual brazo político del islam. Las divisiones entre sus grandes poderes (Afganistán contra Irán, contra Irak contra Arabia Saudí, contra Siria contra Egipto) es lo que impacta con más fuerza. Apenas hay nada que se parezca a un objetivo común. Incluso después de que la no islámica OTAN combatiera una guerra a favor de los albano-kosovares musulmanes, el mundo musulmán se demoró en aportar la tan necesitada ayuda humanitaria.

Las verdaderas guerras religiosas son las luchas que las religiones libran contra los ciudadanos corrientes de su ámbito de influencia. Son guerras de los piadosos contra los muy indefensos; fundamentalistas americanos contra médicos a favor de la legalización del aborto, ulemas iraníes contra la minoría judía de su país, fundamentalistas hindúes de Bombay contra los cada vez más atemorizados musulmanes de esa ciudad.
Los vencedores de este enfrentamiento no deben ser los de miras estrechas que van al combate, como siempre, con Dios de su parte. Elegir la falta de fe es optar por el pensamiento por encima del dogma, confiar en nuestra humanidad en lugar de en todas esas divinidades peligrosas. Así pues, ¿cómo llegamos hasta este punto? No busques la respuesta en los libros de cuentos.

Los imperfectos conocimientos humanos pueden ser como una carretera llena de baches, pero son la única vía hacia la sabiduría que merece la pena conocer.
Virgilio, que creía que el apicultor Aristeo podía generar espontáneamente nuevas abejas a partir del cadáver putrefacto de una vaca, estaba más cerca de la verdad sobre el origen que todos los libros antiguos venerados.
Las sabidurías antiguas son las tonterías modernas. Vive en tu propio tiempo, usa lo que sabemos y, cuando crezcas, puede que por fin la especie humana crezca contigo y deje de lado las cosas infantiles.
Como dice la canción, «it's easy if you try» («es fácil si lo intentas»).

En cuanto a moralidad, la segunda gran pregunta (¿cómo vivir?, ¿qué está bien y qué está mal?) se reduce a tu disposición a pensar por ti mismo Sólo tú puedes decidir si quieres que los sacerdotes te dicten las leyes, y aceptar que el bien y el mal son algo externo a nosotros mismos. A mi entender, la religión, incluso en su forma más sofisticada, infantiliza esencialmente nuestro yo ético al establecer unos árbitros morales infalibles y unos tentadores inmorales irredimibles por encima de nosotros; los padres eternos, buenos y malos, brillantes y oscuros, del reino sobrenatural.

¿Cómo va a haber entonces elecciones éticas sin un reglamento o juez divino? ¿Es la falta de fe el primer paso en el largo declive hacia la muerte cerebral del relativismo cultural, de modo que muchas cuestiones insoportables (la ablación del clítoris, por mencionar sólo una) pueden excusarse por motivos culturales, y la universalidad de los derechos humanos puede asimismo ignorarse? (Esta última muestra de desmoronamiento moral encuentra seguidores en algunos de los regímenes más autoritarios del mundo y también, de modo desalentador, en los artículos de opinión de Daily Telegraph).

Pues no, no lo es, pero las razones que llevan a tal conclusión no son claras. Sólo la ideología de línea dura es clara. La libertad, que es la palabra que yo uso para la posición ética-secular, es inevitablemente más confusa. Sí, la libertad es ese espacio donde puede reinar la contradicción, es un debate infinito. No es en sí la respuesta a la pregunta sobre la moral, sino la conversación sobre esa pregunta.

Y es mucho más que el mero relativismo, porque no es meramente una tertulia infinita, sino un lugar donde se elige, donde se definen y se defienden valores. La libertad intelectual, en la Historia europea, ha significado sobre todo la libertad respecto a las limitaciones de la Iglesia, no del Estado. Esa es la batalla que libraba Voltaire, y es también lo que los seis mil millones podríamos hacer por nosotros mismos, la revolución en que cada uno de nosotros tendría su pequeña seis mil millonésima parte; de una vez por todas podríamos negarnos a dejar que los sacerdotes y las ficciones, en cuyo nombre afirman hablar, sean los policías de nuestras libertades y nuestra conducta. De una vez por todas, podría devolver las historias a los libros, devolver los libros a los estantes e interpretar el mundo sin dogmas ni complicaciones.

Imagina que el cielo no existe, mi querido seis mil millones, y de inmediato verás el cielo abierto.

S. RUSDHIE, Octubre 1999





La duda metódica

La duda metódica es el núcleo del escepticismo metodológico. Este escepticismo debe distinguirse del escepticismo sistemático o radical, que niega la posibilidad de todo conocimiento y por lo tanto afirma que la investigación es vana y la verdad inaccesible. Ambas variedades del escepticismo critican la ingenuidad y el dogmatismo, pero mientras el escepticismo metodológico nos insta a investigar, el sistemático bloquea la investigación y con ello, paradójicamente, conduce al mismo resultado que el dogmatismo, a saber, el inmovilismo.

El artesano y el técnico, el administrador y el organizador, así como el científico y el filósofo auténtico, obran como escépticos metodológicos aún cuando jamás hayan oído mencionar este enfoque. En efecto, en su trabajo profesional no son crédulos ni descreen sistemáticamente de todo, sino que desconfían de toda idea que no haya sido puesta a prueba y exigen el control de los datos y la contrastación de las hipótesis: buscan nuevas verdades en lugar de contentarse con un puñado de dogmas, pero también tienen creencias.

Por ejemplo, el electricista hace mediciones y pone a prueba su instalación antes de entregarla; el farmacólogo ensaya la nueva droga antes de recomendar su fabricación en masa; el administrador de empresas encarga una investigación de mercado antes de lanzar un nuevo producto a la venta; el editor da a leer los originales de una nueva obra antes de imprimirla; el profesor pone a prueba el aprovechamiento de sus alumnos; el matemático intenta demostrar el teorema que ha ideado; el físico, el químico y el biólogo revisan sus mediciones y cálculos, y diseñan y rediseñan sus experimentos para poner a prueba sus hipótesis; el sociólogo, el economista serio y el politólogo estudian muestras de las poblaciones que analizan antes de anunciar generalizaciones sobre ellas, y así sucesivamente.

(…) Este es un procedimiento metodológico y moral. Creemos que es a la vez imprudente e inmoral anunciar, poner en práctica o predicar creencias que no han sido puestas a prueba o, peor aún, que han sido refutadas fehacientemente. Puesto que tenemos fe en la investigación y en la acción guiadas por la ciencia, no somos escépticos radicales. Descreemos de lo falso y dudamos de lo no confirmado, pero creemos en lo contrastado, al menos por el momento, y estamos convencidos del valor cultural, práctico y moral de la búsqueda de la verdad. Somos, en suma, escépticos constructivos.
Los escépticos no creemos en fantasmas ni en ánimas en pena, porque no hay manera de separar la mente del cuerpo, así como no se puede separar el movimiento del móvil, el viento del aire, la respiración del aparato respiratorio, la sonrisa de la cara, ni el puñetazo del puño. La creencia en la posibilidad de tales separaciones no es un error menudo, sino un error conceptual básico, ya que involucra la confusión entre una cosa y sus propiedades y los cambios de ésta. Por este motivo, no hay ni puede haber prueba experimental de la existencia de fantasmas ni de ánimas en pena. Por el mismo motivo, toda investigación seria de presuntos fantasmas o ánimas en pena termina por revelar que se trata de un fraude o alucinación. Tampoco hay ni puede haber prueba teórica de la existencia de las almas descarnadas, ya que toda demostración teórica de la posibilidad de un hecho empírico se funda sobre postulados que han aprobado rigurosos exámenes experimentales, y no hay manera de someter a los presuntos espíritus inmateriales a experimento alguno, ya que todo experimento se hace sobre algún ente material capaz de enviar señales físicas captables por instrumentos de medición. Por la misma razón los escépticos no creemos en vida ultraterrena: porque esta creencia supone la inmortalidad del alma separada del cuerpo. En este caso hay una razón adicional, y es que tanto los religiosos como los escépticos estamos de acuerdo en que los muertos no pueden regresar a contar el cuento. Por consiguiente, no hay ni puede haber prueba empírica alguna de los mitos religiosos acerca de las ocupaciones de los habitantes del más allá. Si no hay ni puede haber pruebas empíricas o teóricas de una creencia ¿por qué adoptarla? ¿Simplemente porque fue inventada hace milenios y contribuye a distraer la atención de los problemas apremiantes de la vida terrenal? Nuestro escepticismo respecto a la parapsicología tiene un fundamento similar. Aunque las creencias en la telepatía, el preconocimiento o precognición, la telequinesis y otras presuntas capacidades paranormales son milenarias, hasta ahora nadie ha producido pruebas empíricas fehacientes de la existencia de individuos dotados de dichas habilidades. Todos los experimentos bien diseñados han arrojado resultados negativos.
(…) Los escépticos metodológicos o científicos no somos crédulos, pero tampoco dudamos de todo al mismo tiempo. Creemos lo demostrado, ponemos en duda o en suspenso lo que aún no ha sido probado y rechazamos cuanto no armonice con el grueso del conocimiento científico.

Por consiguiente, el nuestro no es un escepticismo total y desesperado, sino parcial y esperanzado: sustentamos muchos principios y tenemos fe en la capacidad del ser humano de avanzar en el conocimiento de la realidad.
Nuestra fe es crítica, no ciega. No creemos en supercherías, pero creemos en teoremas bien demostrados, experimentos bien diseñados y teorías bien confirmadas, así como en axiomas coherentes y fértiles. Al mismo tiempo estamos alertas ante la posibilidad de error y autoengaño y creemos en la posibilidad de detectarlos y corregirlos.

(…) La pseudociencia y la pseudotécnica constituyen la versión moderna del pensamiento mágico. Es preciso criticarlas, no sólo para limpiar los cerebros de basura intelectual, sino también para evitar que sus explotadores nos limpien los bolsillos. Y para criticarlas no basta mostrar que carecen de apoyo empírico, ya que se podría pensar que éste podría producirse en el futuro; también es preciso mostrar que esas doctrinas contradicen la filosofía inherente a la investigación científica.

Por este motivo la crítica del pensamiento mágico, y en particular de la pseudociencia y la pseudotécnica, es una empresa común de científicos, técnicos, filósofos y educadores. Dada la comercialización masiva de la basura intelectual, así como la decadencia de la enseñanza de la ciencia y de la técnica en numerosos países, si no ponemos más empeño en esa empresa crítica, Homo sapiens será totalmente desplazado por Homo ignarus.

M. BUNGE, Incredulidad y credo de un escéptico


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EUROPA LAICA








A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y A LA OPINION PÚBLICA

LA ASOCIACIÓN EUROPA LAICA HA CELEBRADO, LOS DÍAS 4 Y 5 DE FEBRERO,
LA VIII JORNADA LAICISTA Y SU ASAMBLEA ANUAL, EN LA CIUDAD DE SEVILLA.
SE HACE UN LLAMAMIENTO A CIUDADANAS Y CIUDADANOS, A COLECTIVOS, A PARTIDOS POLÍTICOS, A ORGANIZACIONES SOCIALES Y SINDICALES, A QUE DEFIENDAN LOS DERECHOS DE LA CIUDADANÍA, LA LIBERTAD DE CONCIENCIA Y DE EXPRESIÓN Y EL ESTADO SOCIAL Y DE DERECHO, EN SUMA, A CONSTRUIR EL ESTADO LAICO.



Con motivo de la celebración de la VIII Jornada laicista de Europa Laica, y de la Asamblea anual, con la participación de más de 300 personas de todo el Estado y de diversos países europeos, celebradas en Sevilla los días 4 y 5 de febrero de 2012, se reflexiona y debate sobre la situación actual y se toman diversos acuerdos, que se irán dando a conocer durante los próximos días, entre los que se destaca:

Se constata que, a pesar de la creciente secularización y pluralidad ideológica de la sociedad, los poderes públicos mantienen enormes privilegios económicos, tributarios, simbólicos, jurídicos, políticos y en materia de enseñanza y de servicios sociales y sanitarios, a favor de la corporación religiosa católica, así como de sus entidades y fundaciones, que nos sitúa, en la práctica, en un Estado confesional católico.

Ante esta situación se EXIGE, en primer lugar, la anulación de los Acuerdos con la Santa Sede de 1979, la derogación de la Ley de Libertad Religiosa de 1980, así como la modificación de los artículos 16 y 27 de la Constitución, con el fin de superar la actual situación y construir el Estado laico, en donde todas las personas y todas las entidades jurídicas (sean o no de carácter religioso) sean tratadas en igualdad de derechos y deberes. Se EXIGE la discusión y aprobación en el Parlamento de una Ley de Libertad de Conciencia. Para lo cual proponemos un texto articulado, ya elaborado por Europa Laica.

Se EXIGE, en segundo lugar, la eliminación de todos los privilegios fiscales, económicos y de la casilla en el IRPF, de la que se beneficia la iglesia católica oficial.

Se EXIGE, en tercer lugar, la NO financiación de los centros de enseñanza con ideario religioso o de otra naturaleza particular; la no segregación del alumnado por razón de sexo o de creencias religiosas; y que la enseñanza de la religión, salga fuera de los centros de enseñanza de titularidad pública; eliminando de los mismos todo tipo de simbología y actividad de tipo confesional. Se DEMANDA a los poderes públicos que velen por laicidad, en los centros de enseñanza, tanto universitaria, como no universitaria.

La grave situación económica, política y social que padecemos, provocada por la aplicación de políticas neoliberales, desarrollada por personas y políticos sin escrúpulos, en connivencia con los grandes grupos financieros y los organismos reguladores internacionales, ha llevado al empobrecimiento y a la exclusión a millones de seres humanos en todo el mundo, así como a la pérdida de derechos cívicos elementales y al deterioro de las libertades, sustituyendo el concepto ilustrado de la solidaridad y de potenciación del ámbito público y universal, que es el de todos, por el de la caridad y la beneficencia, deslizando la gestión al ámbito privado, que “controlan unos pocos”, potenciando, con ello y muy especialmente, a las organizaciones religiosas y a su entidades, que ejercen de “control social” y tratan de aplicar su particular “moral” al conjunto de la ciudadanía, con el respaldo del poder político y económico. Situación a la que nos oponemos radicalmente, Por ello:

Hacemos un LLAMAMIENTO al conjunto de la ciudadanía, a los partidos políticos, a las organizaciones sindicales y sociales, a que impulsen el Estado social y de Derecho, a que defiendan la libertad de conciencia y de expresión y los derechos de ciudadanía, en suma, a que se unan para construir el Estado laico.


http://www.europalaica.com/ - http://www.laicismo.org/

¿Qué es el escepticismo?

¿Qué es el escepticismo? No es nada esotérico. Nos lo encontramos a diario. Cuando compramos un coche usado, si tenemos el mínimo de sensatez, emplearemos algunas habilidades escépticas residuales (las que nos haya dejado nuestra educación). Podrías decir: "Este tipo es de apariencia honesta. Aceptaré lo que me ofrezca." O podrías decir: "Bueno, he oído que de vez en cuando hay pequeños engaños relacionados con la venta de coches usados, quizá involuntarios por parte del vendedor", y luego hacer algo. Le das unas pataditas a los neumáticos, abres las puertas, miras debajo del capó. (Podrías valorar cómo anda el coche aunque no supieses lo que se supone que tendría que haber debajo del capó, o podrías traerte a un amigo aficionado a la mecánica.) Sabes que se requiere algo de escepticismo, y comprendes por qué. Es desagradable que tengas que estar en desacuerdo con el vendedor de coches usados, o que tengas que hacerle algunas preguntas a las que es reacio a contestar. Hay al menos un pequeño grado de confrontación personal relacionado con la compra de un coche usado y nadie afirma que sea especialmente agradable. Pero existe un buen motivo para ello, porque si no empleas un mínimo de escepticismo, si posees una credulidad absolutamente destrabada, probablemente tendrás que pagar un precio tarde o temprano. Entonces desearás haber hecho una pequeña inversión de escepticismo con anterioridad.Ahora bien, esto no es algo en lo que tengas que emplear cuatro años de carrera para comprenderlo. Todo el mundo lo comprende. El problema es que los coches usados son una cosa, y los anuncios de televisión y los discursos de presidentes y líderes políticos son otra. Somos escépticos en algunas cosas, pero, desafortunadamente, no en otras. Por ejemplo, hay un tipo de anuncio de aspirina que revela que el producto de la competencia sólo tiene una cierta cantidad del ingrediente analgésico que los médicos recomiendan (no te dicen cuál es el misterioso ingrediente), mientras que su producto tiene una cantidad dramáticamente superior (de 1,2 a 2 veces más por cada pastilla). Por tanto deberías comprar su producto. Pero ¿por qué no simplemente tomar dos pastillas de la competencia? Nadie te ha dicho que preguntes. No apliques escepticismo en este asunto. No pienses. Compra.

(…)Si tuvieras que bajar a la Tierra en cualquier momento del dominio humano, te encontrarías con un conjunto de sistemas de creencias populares, más o menos similares. Cambian, a veces rápidamente, a veces en una escala de varios años: pero, a veces, sistemas de creencia de este tipo duran muchos miles de años. Al menos unos cuantos están siempre presentes. Creo que es razonable preguntarse por qué. Somos Homo Sapiens. Ésa es nuestra característica diferenciadora, eso de sapiens. Se supone que somos listos. Entonces ¿por qué nos rodea siempre todo ese tema? Bueno, por una parte, muchos de esos sistemas de creencia tratan necesidades humanas reales que no se presentan en nuestra sociedad. Existen necesidades médicas insatisfechas, necesidades espirituales, y necesidades de comunicación con el resto de la comunidad humana. Puede que haya más de esos defectos en nuestra sociedad que en muchas otras de la historia de la humanidad. Por tanto, es razonable para la gente probar y hurgar en varios sistemas de creencia, para ver si ayudan en algo.

(…)

El científico francés Henri Poincarè hizo una observación sobre por qué la credulidad está tan extendida: "También sabemos lo cruel que es la verdad a menudo, y nos preguntamos si el engaño no es más consolador." Eso es lo que he intentado decir con mis ejemplos. Pero no creo que ésa sea la única razón por la que la credulidad está extendida. El escepticismo desafía a instituciones establecidas. Si enseñamos a todo el mundo, digamos a los estudiantes de instituto, el hábito de ser escépticos, quizá no limiten su escepticismo a los anuncios de aspirinas y a los canalizadores de 35.000 años. Puede que empiecen a hacerse inoportunas preguntas sobre las instituciones económicas, o sociales, o políticas o religiosas. ¿Luego dónde estaremos?

El escepticismo es peligroso. Ésa es precisamente su función, en mi opinión. Es menester del escepticismo el ser peligroso. Y es por eso que hay una gran renuencia a enseñarlo en las escuelas. Es por eso que no encontramos un dominio general del escepticismo en los medios. Por otra parte, ¿cómo evitaremos un peligroso futuro si no poseemos las herramientas intelectuales elementales para hacer preguntas agudas a aquéllos que están nominalmente al cargo, especialmente en una democracia?


C. SAGAN, La carga del escepticismo

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