LA MEDICINA DEL ALMA

Pero es hora de la medicina –dijo la mujer aparecida- más que de lamentos. Y fijando en mí sus fúlgidos ojos:, añadió: “¿No eres tú acaso el que en otro tiempo te alimentaste con mi propia leche y educado bajo mis solícitos cuidados, te habías desarrollado hasta adquirir la energía de un hombre? Yo te proporcioné armas que, de haberlas conservado, te hubieran permitido defenderte con invicta firmeza. ¿No me conoces? ¿Por qué callas? ¿Es la vergüenza o es el estupor lo que te hace callar? ¡Ojalá fuese la vergüenza! Pero no, te veo preso del estupor. Y viéndome no sólo callado, sino en verdad mudo y aturdido, acercó dulcemente su mano a mi pecho y dijo: No hay peligro; es sólo un letargo lo que sufre, la enfermedad de todos los desengañados. Te has olvidado por un momento de ti mismo. Pero te acordarás fácilmente si antes puedes reconocerme. Para que te sea más fácil, correré un poco de tus ojos la nube cegadora de las cosas mundanas que los empañan.
(…)
De la misma manera, ahuyentadas las nubes que me ensombrecían de tristeza, miré con avidez la luz del cielo; y recobrados mis sentidos, pude reconocer el rostro de aquella que me curaba. Así, pues, volví mis ojos para fijarme en ella, y vi que no era otra sino mi antigua nodriza, la que desde mi juventud me había recibido en su casa, la misma Filosofía.
(...)
¿Podría yo —me respondió— dejarte solo a ti que eres mi hijo, sin participar en tus dolores, sin ayudarte a llevar la carga que la envidia por odio de mi nombre ha acumulado sobre tus débiles hombros? No, la Filosofía no podía consentir que quedara solo en su camino el inocente; ¿iba yo a temer ser acusada?; ¿iba yo a temblar de espanto, como si hubiera de suceder lo nunca visto? ¿Crees que sea ésta la primera vez que una sociedad depravada pone a prueba la sabiduría?
BOECIO, La consolación de la filosofía