Si el objetivo próximo e inmediato de nuestra vida no es el dolor, entonces nuestra existencia es la cosa más insensata del mundo... Nuestra sensibilidad hacia el dolor es casi infinita, mientras que la del placer tiene límites restringidos. Es cierto que una desgracia particular parece una excepción, pero la infelicidad, en general, es la regla. (...) El consuelo más eficaz en cualquier desgracia y en cualquier dolor es mirar a quienes son más infelices que nosotros y eso puede hacerlo cualquiera. Pero, ¿qué resulta de ello para la totalidad? Nos parecemos a los corderillos que juegan en el prado mientras el carnicero elige a éste o al otro; de hecho no sabemos en nuestros buenos días qué desventura, justo entonces, nos está preparando el destino; enfermedad, persecución, miseria, mutilaciones, ceguera, locura, muerte y cosas así. (...) El trabajo, el tormento, la fatiga y la necesidad son, ciertamente, para toda su vida la suerte de casi todos los hombres. Pero si todos los deseos, apenas nacidos, fuesen satisfechos, ¿cómo se llenaría entonces la vida humana y cómo se podría pasar el tiempo? Si suponemos al género humano transportado al país de Jauja, donde todo creciese por sí mismo y los pichones volasen a nuestro alrededor ya estofados, donde cada uno encontrase inmediatamente a su amada predilecta y la obtuviese sin dificultad alguna, es seguro que los hombres, en parte se morirían de aburrimiento o se ahorcarían, y en parte lucharían entre sí y se matarían unos a otros para causarse así más dolor del que les impone la naturaleza. (...) Y es que incluso la suerte de los animales aparece más soportable que la del hombre. Consideremos ambas más de cerca.
El hombre no tiene, en cuanto a placer físico real, más que el animal a no ser eventualmente, puesto que su sistema nervioso, mucho más potenciado, es capaz de intensificar las sensaciones de placer pero también las del dolor. Además, ¡cuánto más fuertes son las pasiones que se suscitan en él en comparación con las del animal! ¡y cuánto más profunda y violentamente su ánimo se ve conmocionado!
(...) Los animales están mucho más satisfechos que nosotros de la mera existencia; la planta lo está completamente, y los hombres lo están según el grado de su estupidez.
El hombre no tiene, en cuanto a placer físico real, más que el animal a no ser eventualmente, puesto que su sistema nervioso, mucho más potenciado, es capaz de intensificar las sensaciones de placer pero también las del dolor. Además, ¡cuánto más fuertes son las pasiones que se suscitan en él en comparación con las del animal! ¡y cuánto más profunda y violentamente su ánimo se ve conmocionado!
(...) Los animales están mucho más satisfechos que nosotros de la mera existencia; la planta lo está completamente, y los hombres lo están según el grado de su estupidez.
A. SCHOPENHAUER, El dolor del mundo y el consuelo de la religión