De la feliz ignorancia

“Donde no hay efecto, no hay ninguna causa que buscar; pero aquí el efecto es cierto, la depravación real, y nuestras almas se han corrompido a medida que nuestras ciencias y nuestras artes han avanzado hacia la perfección. ¿Se dirá acaso que es un daño exclusivo de nuestra edad?. No, señores; los males causados por nuestra vana curiosidad son tan viejos como el mundo. La elevación y descenso diarios de las aguas de los océanos no han estado sujetos con más regularidad al astro que nos alumbra de lo que la suerte de las costumbres y de la probidad lo han estado al progreso de las ciencias y las artes. Se ha visto que la virtud se ahuyenta a medida que su luz se eleva sobre nuestro horizonte, y el mismo fenómeno se observó en todos los tiempos y en todos los lugares.
(...) He ahí cómo el lujo, la disolución y la esclavitud han sido siempre el castigo de los orgullosos esfuerzos que hemos hecho por salir de la feliz ignorancia en que nos había puesto la eterna sabiduría. El espeso velo con que ha cubierto todas sus operaciones parecía advertirnos hasta el exceso de que no nos ha destinado para vanas investigaciones. Pero, ¿hay acaso alguna lección suya de que hayamos sabido sacar provecho o que hayamos despreciado impunemente?. Pueblos, sabed, pues, de una vez, que la naturaleza ha querido preservarnos del conocimiento, como una madre arranca una arma peligrosa de las manos de su hijo; que todos los secretos que nos oculta son otros tantos males frente a los que nos garantiza y que el trabajo que tomamos en instruirnos no es el menor de sus beneficios. Los hombres son perversos; serían aún mucho peores si hubiesen tenido la desgracia de nacer sabios...
(...) Tenemos físicos, geómetras, químicos, astrónomos, poetas, músicos, pintores; no tenemos ya ciudadanos o, si todavía nos queda alguno disperso en nuestros campos abandonados, allí perece indigente y despreciado”

J.J. ROUSSEAU , “Discurso sobre las ciencias y las artes”