La vida buena, el objetivo de la filosofía

…sin filosofía no se puede entender nada del mundo en que vivimos. Es el tipo de formación más clarificadora que existe, bastante más que la que proporcionan las ciencias históricas. ¿Por qué? Simplemente porque la práctica totalidad de nuestros pensamientos, de nuestras convicciones, pero también de nuestros valores, se inscriben, sin que nosotros seamos conscientes en todo momento, en el marco de alguna de las grandes visiones del mundo elaboradas y estructuradas por el hilo que recorre la historia de las ideas. Resulta indispensable comprenderlas para poder hacerse con su lógica, tener amplitud de miras, entender lo que está en juego, etcétera.


Algunas personas pasan gran parte de su vida anticipando las desgracias, preparándose para la catástrofe (la pérdida de un empleo, un accidente, una enfermedad, la muerte de un ser querido…). Otras, por el contrario, viven aparentemente en la despreocupación más absoluta. Pero tanto unos como otros consideran que las cuestiones de este tipo no deben gozar de derecho de ciudadanía en la existencia cotidiana, que proceden de un gusto por el morbo que conviene calificar de patológico. ¿Acaso saben, tanto unos como otros, que estas actitudes hunden sus raíces en visiones del mundo cuyos defensores y detractores ya las han explorado con una profundidad inaudita desde los tiempos de los filósofos de la Grecia antigua?



La opción por una ética igualitaria y no aristocrática, la elección de una estética romántica en vez de una clásica, el apego o el desapego hacia las cosas y los seres teniendo en cuenta el hecho de la muerte, la adhesión a ideologías políticas autoritarias o liberales, amar la naturaleza y los animales más que a los hombres, al mundo salvaje más que a la civilización, todas estas opciones y muchas más formaron parte de grandes construcciones metafísicas antes de convertirse en opiniones que se ofrecen, como si de un gran mercado se tratase, al consumo de los ciudadanos. Los desacuerdos, los conflictos, las posturas que se adoptaron en los orígenes, siguen estando en la base, lo sepamos o no, de nuestras reflexiones y nuestros propósitos. Estudiarlos hasta el límite que esté a nuestro alcance, captar sus fuentes más profundas, supone dotarse de los medios no sólo para ser más inteligentes, sino también más libres. No veo en nombre de qué deberíamos privarnos de esta posibilidad.



Pero, a la vez que ganamos en comprensión, en inteligencia respecto a nosotros mismos y a los demás a través del estudio de las grandes obras de nuestra tradición, debemos tener presente que de lo que se trata, simplemente, es de que pueden ayudarnos a vivir mejor, con más libertad. Muchos pensadores contemporáneos lo dicen hoy, cada cual a su manera. En ocasiones uno no filosofa para divertirse; tampoco únicamente para comprender el mundo o entenderse a sí mismo, sino «para salvar el pellejo ». A través de la filosofía podemos vencer los miedos que paralizan nuestra vida, y es un error creer que la psicología podría sustituirla hoy en esta tarea. Aprender a vivir, a dejar de temer en vano los diversos rostros de la muerte o, simplemente, aprender a superar la banalidad de la vida cotidiana, el aburrimiento y el tiempo que pasa, éste fue el primer objetivo que se fijaron las escuelas de la Antigüedad griega. Merece la pena entender su mensaje porque, a diferencia de lo que sucede en el ámbito de la historia de las ciencias, las filosofías del pasado nos siguen hablando. He aquí un extremo que ya por sí solo merece que le dediquemos una reflexión.

L. FERRY, Aprender a vivir


En este enlace se puede leer el prólogo de la obra completo. Cortesía de la editorial Taurus













Si os tomáis el tiempo de echar un vistazo a las obras de síntesis, manuales escolares o diversos libros de iniciación que normalmente pretenden introducir a la filosofía, veréis que casi siempre se la define como un arte de la reflexión, un ejercicio de espíritu crítico, incluso como una iniciación a la argumentación.
(…) Se ha extendido la convicción de que esta disciplina, esencialmente crítica radicaría en primer lugar y ante todo en la facultad de sorprenderse, de ponerse en cuestión a sí mismo y a los demás, de manera que, sería más bien el arte de las preguntas que el de las respuestas…Me temo que esta manera de ver las cosas corre el peligro de induciros al error.

La filosofía no tiene nada que ver con ese arte de la reflexión crítica al que tantas veces se la ha querido reducir. No es que, entiéndase bien, no recurra a él. Está claro que siempre es preferible reflexionar, argumentar y pensar por uno mismo más que como un papagayo. Pero es igualmente verdad en todas las demás disciplinas de la vida del espíritu: ¿quién se atrevería a sostener de veras que un matemático, un biólogo, un artista, un escrito, y también una madre de familia, un periodista, e incluso un político, no reflexionan ni argumentan, y a ser posible por sí mismos? Nada de eso es específico de la filosofía. Todo el mundo reflexiona y argumenta como todo el mundo dice I love you. Pretender que la filosofía tuviera en ello cualquier tipo de monopolio es simplemente ridículo.

La filosofía, todas las grandes visiones filosóficas desde Platón hasta Nietzsche, son grandiosas tentativas de ayudar a los humanos a acceder a una buena vida, superándolos miedos y las pasiones tristes que les impiden vivir bien, ser libres, lúcidos y, en la medida de lo posible, serenos, amantes y generosos. Si se designa con la palabra salvación el hecho de ser salvado (es la misma etimología) de un gran peligro o de una gran desgracia, entonces las grandes visiones filosóficas del mundo son ante todo y sobre todo doctrinas de salvación. Ésta se hace por medio de la razón –y no de la fe, como las religiones-. Su objetivo es ayudarnos a superar los miedos que impiden a los seres humanos vivir bien, libres, capaces de pensar y amar.

Sin duda me diréis que esto suena demasiado religioso para ser sincero y que al querer definir así la filosofía se corre el riesgo de no ver la diferencia con las religiones.
(…) Es verdad que las grandes religiones también nos prometen que podremos superar nuestros miedos más profundos y lograr así una buena vida gracias a ellas. No obstante, lo hacen con una condición muy clara: que para ello nos entreguemos enteramente y sin reserva a un Dios trascendente en el que debemos tener fe y confianza (no en vano la palabra latina fides designa por sí sola los dos componentes de la creencia religiosa). Para ser salvado hay que pasar por la fe y por Otro. La filosofía nos promete lo mismo pero nos asegura que podemos conseguirlo por la razón y por nosotros mismos. Diferencia abismal…

L. FERRY, Vencer los miedos