Las tempestades, quizás nadie pueda detenerlas, pero alguien tiene que avisar de ellas, prevenirnos de que llegan, alertar de la desolación que provocan, vigilarlas. Alguien tiene que permanecer despierto cuando todos están dormidos (de EL LIBRO DE VISITAS) .




¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR EL SER HUMANO?









“El viaje no duró más que veinte minutos. Después el camión se paró y apareció una gran puerta, y encima de ella una leyenda vivamente iluminada (su recuerdo todavía me atormenta en sueños): ARBEIT MACHT FREI, ‘el trabajo os hará libres’.

Bajamos, nos hicieron entrar en una habitación grande y desnuda, débilmente caldeada. ¡Qué sed teníamos! El débil ruido del agua de los radiadores nos volvía locos: no habíamos bebido desde hacía cuatro días. Y, sin embargo, hay un grifo; encima, un cartel que dice que está prohibido beber porque el agua está contaminada. Tonterías; a mí me parece claro que el cartel es una burla, ‘ellos’ saben que nos morimos de sed, y nos meten en una habitación y hay un grifo. Bebo, y animo a hacerlo a los compañeros; pero me veo obligado a escupir, el agua está tibia y tiene un sabor dulzón, huele a charca.

Esto es el infierno. Hoy, en nuestros días, el infierno debe ser así, una habitación grande y vacía, y nosotros cansados de permanecer de pie, y hay un grifo que gotea y el agua no se puede beber, y nosotros esperamos algo seguramente terrible y no pasa nada y sigue no pasando nada. ¿Cómo pensar? No se puede pensar, es como ya estar muertos. Alguno se sienta en el suelo. El tiempo pasa, gota a gota.

No hemos muerto; la puerta se abre y entra un SS, fuma. Nos mira sin prisa, pregunta: -‘Wer kann Deustsch’ (¿Quién habla alemán?) Se adelanta uno de nosotros al que jamás había visto, se llama Flesh; él será nuestro intérprete. El SS inicia tranquilamente un largo discurso: el intérprete traduce. Es necesario ponerse en filas de a cinco, con una separación de dos metros entre hombre y hombre; después hay que desnudarse y hacer de una determinada manera un paquete con la ropa, por un lado las prendas de lana y por el otro el resto de la ropa, quitarse los zapatos teniendo cuidado de que no nos lo roben.


(...) Ahora empieza el segundo acto. Entran violentamente cuatro individuos con navajas de afeitar, brochas y máquinas de pelar, llevan pantalones y chaquetas de rayas, un número cosido en el pecho; tal vez pertenecen a la misma categoría que los de esta tarde (¿de esta tarde o de ayer tarde?); pero éstos están fuertes y lustrosos. Nosotros hacemos muchas preguntas, ellos, por el contrario, nos sujetan con fuerza y en un momento nos encontramos pelados y rapados. Los cuatro hablan una lengua que no parece de este mundo, no es alemán, porque yo entiendo un poco el alemán.

Por último, se abre una puerta: nos vemos de pronto encerrados, desnudos, rapados y de pie, con los pies en el agua, es una sala de duchas. Estamos solos, poco a poco el estupor se desvanece y hablamos, todo el mundo pregunta y nadie responde. Si estamos desnudos en la sala de duchas, quiere decir que vamos a ducharnos. Si nos vamos a duchar es porque de momento no nos van a matar. Y entonces, ¿por qué nos hacen permanecer de pie, pro qué no nos dan de beber? Nadie se explica lo que ocurre, y no tenemos ni zapatos, ni ropa, sino que estamos todos desnudos, con los pies en el agua, y hace frío, y llevamos viajando cinco días, y no podemos ni siquiera sentarnos. ¿Y nuestras mujeres?

El ingeniero Levi me pregunta si pienso que también nuestras mujeres estarán como nosotros en este momento, y dónde están, y si las podremos volver a ver. Yo le respondo que sí, porque él está casado y tiene una niña; seguro que las volveremos a ver. Pero mi idea es que todo esto es una gran máquina para reírse de nosotros y vilipendiarnos, y que luego nos van a matar; quien piense que va a sobrevivir está loco, quiere decir que está acabado, yo no, yo sé que pronto acabará todo, seguramente en esta misma habitación, cuando se hayan aburrido de vernos desnudos, saltando de un pie al otro, intentando de vez en cuando sentarnos en el suelo, pero hay tres dedos de agua fría y no nos podemos sentar.

Vamos y venimos sin orden ni concierto, y hablamos, todos con todos, lo que produce un gran alboroto.


(...) Estamos en Monowitz, cerca de Auschwitz, en la Alta Silesia: una región habitada por alemanes y polacos. Este campo es un campo de trabajo, en alemán se dice Arbeitslager, todos los prisioneros (casi diez mil) trabajan en una fábrica de neumáticos que se llama la Buna, por eso el campo mismo se llama Buna.

Nos darán zapatos y ropa, no, no los nuestros; otros zapatos, otra ropa, como los suyos. Ahora estamos desnudos porque nos espera la ducha y la desinfección, que tendrán lugar inmediatamente después del toque de diana, porque en el campo no se puede entrar sin haber sido desinfectado primero. Claro que habrá que trabajar, todo el mundo aquí debe trabajar.


(...) Al toque de campana se oyó al campo despertarse, oscuro. Inesperadamente, el agua empezó a salir hirviendo de las duchas, cinco minutos de felicidad, pero enseguida irrumpen cuatro individuos (quizá se trata de los barberos) que nos empujan, mojados y humeantes, a gritos y empellones, a la habitación de al lado, que está helada; aquí otra gente voceándonos nos tira encima no sé qué trapos y nos arroja en las manos un par de zapatos con suela de madera; cuando nos queremos dar cuenta ya estamos fuera, sobre la nieve azul y gélida del alba, y, descalzos y desnudos con todo el equipo en la mano, tenemos que ir a otro barracón a unos cien metros. Aquí se nos permite vestirnos.

Cuando terminamos, cada uno permaneció en su rincón, y no osamos mirarnos los unos a los otros. No hay ningún espejo, pero nuestro aspecto lo tenemos delante, reflejado en cien rostros lívidos, en cien espantajos miserables y sórdidos. Aquí estamos, convertidos en los fantasmas que vimos ayer por la tarde.

Entonces, por primera vez, nos dimos cuenta de que en nuestra lengua no hay palabras para expresar esta ofensa, la demolición de un hombre. En un instante, con intuición casi profética, la realidad se nos reveló: hemos tocado fondo. Más bajo no podemos caer; no hay condición humana más miserable, y no es siquiera imaginable. Nada nos pertenece ya: nos han quitado las ropas, los zapatos, incluso el pelo; si hablásemos, no nos escucharían, y si nos escuchasen, no nos entenderían. Nos quitarán también el nombre, y si queremos conservarlo, tendremos que encontrar en nosotros la fuerza de hacerlo, de conseguir que detrás del hombre, permanezca aún algo de nosotros, de nosotros como éramos.

Sabemos que en esto será difícil que se nos comprenda, y está bien que así sea. Pero que cada uno piense cuánto valor, cuánto significado se encierra también en la más pequeña de nuestras costumbres cotidianas, en los cientos de objetos nuestros que el más humilde mendigo puede poseer: un pañuelo, una vieja carta, la fotografía de una persona querida. Estas cosas forman parte de nosotros, casi como miembros de nuestro cuerpo; si es concebible que nos priven de ellas en nuestro mundo, enseguida encontramos otras con las que sustituirlas, otros objetos que son nuestros y que custodian y suscitan nuestros recuerdos. Imagínese ahora a un hombre al cual, además de las personas amadas, le quitan su casa, sus costumbres, su ropa, todo, literalmente todo lo que posee; será un hombre vacío, reducido a sufrimiento y necesidad, privado de dignidad y discernimiento; porque le ocurre fácilmente, al que lo ha perdido todo, de perderse a sí mismo; de tal modo que se podrá sin miramientos decidir sobre su vida o su muerte más allá de todo sentimiento de afinidad humana, tomando, en el mejor de los casos, como criterio de juicio la utilidad. Se comprenderá entonces el doble significado de la expresión ‘Campo de aniquilación’ y quedará claro lo que queremos expresar con esta frase: yacer sobre el fondo.”


PRIMO LEVI, ‘Si esto es un hombre’