THICH QUANG DUC


Las tempestades, quizás nadie pueda detenerlas, pero alguien tiene que avisar de ellas, prevenirnos de que llegan, alertar de la desolación que provocan, vigilarlas. Alguien tiene que permanecer despierto cuando todos están dormidos (de EL LIBRO DE VISITAS) .



¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR EL SER HUMANO?




QUEMARSE A LO BONZO: los orígenes de un desesperado acto de protesta

La lucha de los monjes budistas
La palabra 'bonzo', en sí, es un término utilizado para referirse a los monjes budistas; sin embargo, recibe su actual significado durante la turbulenta época de la guerra del Vietnam
. Aunque la inmolación se ha practicado en esta religión de forma aislada desde hace siglos, -con el objetivo de ofrecer sacrificios a Buda-, la expresión se adoptó de forma general en el resto del mundo a partir de 1963. Fue entonces cuando tuvo lugar un episodio que el mundo tardó mucho tiempo en olvidar; la imagen del dolor quedó grabada en sus retinas.

El 11 de junio de 1963, Thich Quang Duc, un monje vietnamita, se prendió fuego en una transitada calle de Saigón (hoy en día, la ciudad de Ho Chi Minh) para protestar por la persecución de los budistas por parte del gobierno de Ngo Dinh Diem, el primer presidente de la República de Vietnam del Sur.
El telón de fondo era la guerra de Vietnam, uno de los conflictos más largos y sangrientos del siglo XX. (…) Pese a tener una población mayoritariamente budista, el presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem, era fervientemente católico y reprimía la religión budista. Perseguía a los monjes, permitía el incendio de pagodas budistas y desviaba la ayuda humanitaria para que beneficiase a los que profesaban su religión.

Historia de una muerte anunciada
Un día antes de la trágica muerte de Thich Quang Duc, un portavoz de los budistas informó a varios corresponsales estadounidenses en Vietnam de que algo importante iba a ocurrir al día siguiente frente a la embajada de de Camboya en Saigón. Sin embargo, muy pocos tomaron el aviso en serio.
Las imágenes del suceso dieron la vuelta al mundo. Aquel día de junio, el monje de 70 años llegó a una concurrida calle de Ho Chi Minh en un automóvil, precedido por un séquito de más de 300 monjes que llevaban pancartas en inglés y en vietnamita reclamando la igualdad religiosa. Thich Quang Duc salió del automóvil mientras otro monje colocaba una almohada en el suelo. Se sentó en la almohada en la posición de loto mientras otro monje sacaba un bidón de gasolina del maletero del coche y rociaba al monje anciano. Tras pronunciar una breve frase -"Homenaje a Buda"-, Duc encendió una cerilla y se prendió fuego.

Los policías intentaron acercarse para apagar las llamas que lo consumían, pero la multitud reunida alrededor no lo permitió. La mayoría contemplaba la escena en silencio, al igual que el monje, que durante aquellos devastadores minutos, no se movió.

Así lo contó después el periodista David Halberstam, corresponsal del periódico The New York Times,
uno de los pocos que sí acudió a aquella siniestra cita con la muerte: "Las llamas venían de un ser humano; su cuerpo se marchitaba y secaba lentamente, su cabeza se ennegrecía. Detrás de mí pude escuchar los sollozos de los vietnamitas que se reunían a su alrededor. Mientras se quemaba nunca movió un músculo, nunca pronunció un sonido". Tanto él como el fotógrafo testigo del horror, Malcom Browne, del Associated Press, ganaron el Premio Pulitzer en 1964. La imagen dio la vuelta al mundo convirtiéndose en manifiesto por la libertad y reflejo de la desesperación humana.

¿...Y después?
Diem llamó al pueblo a la "serenidad" y anunció que negociaría con los budistas. Pero no fue así. La violencia extrema no consiguió paralizar el mundo. Sin embargo, el sacrificio fue considerado como un punto de inflexión en el régimen autoritario de Diem. En los próximos meses, decenas de monjes repitieron la acción del primer mártir, por lo que pasó a llamarse "quemarse a lo bonzo". Antes que terminara el año, Diem -enormemente impopular- fue derrocado por sus propios militares (ayudados por los servicios secretos estadounidenses) y asesinado en noviembre de 1963.

Sin embargo, el acto de protesta del monje no dejó de ser copiado por personas en todas partes del mundo, y a lo largo de estas últimas cinco décadas. En los años que duró la guerra de Vietnam, ocho estadounidenses copiaron la acción y se quemaron como protesta por la participación de su gobierno en el conflicto.
En 1969 el universitario checo Jan Palach inspiró similares suicidios por toda Checoslovaquia, actos de protesta en contra de la ocupación soviética. Incluso en España hubo un caso: en 1970 el nacionalista vasco Joseba Elosegi se inmoló delante de Franco durante un juego de pelota en San Sebastián, aparentemente para protestar en contra del bombardeo de Guernika en 1937.

En las últimas semanas, el acto de Thich Quang Duc se ha repetido por gran parte del Magreb. De igual forma que ahora se recuerda que la llama de la revolución de los jazmines fue la acción de un joven que se quemó a lo bonzo, otros muchos han actuado así con la esperanza de provocar un cambio. Pero la desesperación no siempre consigue alterar el rumbo de la Historia.


EL MUNDO, 23/1/11

En una carta que escribió antes de su suicidio, Thich Quang Đuc dejó sus últimas palabras:
Antes de cerrar los ojos y dirigirme hacia la figura de Buda, suplico respetuosamente al presidente Ngô Đình Diệm que tenga compasión de los habitantes de la nación y que desarrolle una igualdad religiosa... Llamo a los venerables reverendos, miembros de la sangha y predicadores budistas para que se organicen y hagan ofrendas con el objetivo de proteger el budismo.






LA DESESPERACIÓN DEL BONZO


La imagen de una multitud que va a cuerpo descubierto y da gritos en la calle mientras que unos uniformados, intimidantes y encasquetados señores les muelen a palos, arrastran, gasean, disparan y detienen es una imagen ancestral desde que se inventaron las cámaras, ocurre en todos los sitios del universo, independientemente de las ideologías que encarnen los gobernantes (todos se llaman Poder) y te plantean el interrogante de qué fuerza superior o qué intolerables desgracias motivan el ánimo de los protestones para que se expongan a tantas modalidades de castigo físico, al terror, a la certidumbre de que los soldados del rey les van a machacar, en vez de estar tocándose los genitales en su casa y resignados al estado de las cosas.


Conscientes de que el instinto animal hace que te agarres por encima de todo a la supervivencia, cuesta entender la actitud del kamizake, del que decide morir masacrando al enemigo. Pero lo que te rompe todos los esquemas, te provoca tanto estupor como piedad, te hacen intuir el horror y la desesperación absolutas, es esa desolada gente cuya suprema forma de protesta consiste en inmolarse sin agredir al causante de sus males, los que deciden hacer una pira con su cuerpo ante la mirada de los que les han jodido la existencia.


Cuentan que tres de esos estremecedores y compadecibles bonzos acaban de inmolarse en Egipto. También que el pobre y asfixiado hombre que decidió quemarse en Túnez influyó poderosamente en que la gente se echara a la calle logrando que el corrupto sátrapa saliera corriendo de su maltratado reino. Y cómo no, forrado de oro, en la certeza de casi todos los abyectos dictadores de cualquier parte acostumbran a morir de viejos, ricos, en su camita, rodeados por esa familia que tanto les quiere y les debe. En Occidente, los manifestantes no suelen inmolarse, pero está claro que la plebe se está mosqueando aquí y allá, que por muchos soldados que tengan los eternos estafadores, la brasa de la calle puede acabar en generalizado incendio.
C. BOYERO, EL PAÍS, 23/01/2011