El hombre de las tormentas

Finalmente me di cuenta que este hombre de genio ha nacido para el tumulto y las tormentas, dijo D. HUME de alguien que conoció, al que admiró y con quien convivió un tiempo que se presumía largo y fecundo y resultó finalmente breve y turbulento…

Y sin embargo, de ese mismo hombre hizo el siguiente retrato:

Este hombre el más singular de los seres humanos me ha dejado por fin; y tengo muy pocas esperanzas de poder disfrutar mucho de su compañía en el futuro, aunque él dice que si me establezco en Londres o en Edimburgo, hará un viaje a pie todos los años para visitarme.
(…) Estaba desesperadamente resuelto a recluirse en soledad, a pesar de todas mis advertencias; y preveo que será infeliz en una situación así, igual que lo ha sido siempre en todas las situaciones. Estará allí sin ocupación, sin compañía y sin entretenimiento de ninguna clase.
Ha leído muy poco a lo largo de su vida, y ahora ha renunciado a toda lectura; ha visto muy poco y no tiene ningún tipo de curiosidad por ver u observar. Propiamente hablando, ha reflexionado y estudiado muy poco y, desde luego, no tiene mucho conocimiento. Durante toda su vida se ha limitado a sentir; y en este aspecto su sensibilidad se eleva a un nivel que va más allá de cualquier otro ejemplo que yo he visto. Sin embargo, esta sensibilidad le hace más susceptible de sentir dolor que de sentir placer; es como un hombre que hubiera sido despojado, no sólo de sus vestidos, sino también de su piel, y que en esta situación se dispusiera a combatir los crudos y tormentosos elementos que constantemente perturban este mundo inferior.

(…) Ahora entiendo perfectamente su aversión al trato social, cosa que pudiera parecer sorprendente en un hombre tan bien dotado para disfrutar de los placeres de la vida de sociedad, y que la mayor parte del mundo considera que es una afectación.
Padece frecuentes y largos ataques de melancolía, provenientes de su condición mental o corporal –llámela usted como quiera– y de su extremada sensibilidad de temperamento. Durante esos estados depresivos, el estar en compañía es un tormento para él. Cuando recobra los ánimos, la salud y el buen humor, su propia imaginación le proporciona una ocupación tan intensa y grata, que le disgusta que le saquen de ella.
Ha llegado a decirme que incluso el escribir libros, como limita y restringe su fantasía a un solo asunto, no le resulta un entretenimiento agradable. Nunca volvería a escribir nada más; y nunca hubiera escrito en absoluto, si hubiese sido capaz de dormir por las noches. Pero por lo común las pasa en vela; y para evitar aburrirse, suele componer alguna cosa que anotó al levantarse por la mañana. Me asegura que compone muy despacio y con gran trabajo y dificultad.
Es por naturaleza muy modesto, e incluso ignorante de su propia superioridad. Su pasión, que con frecuencia surge en la conversación, es suave y moderada; jamás es arrogante y dominante en lo más mínimo; y es, desde luego, uno de los hombres mejor educados que he conocido.

D. HUME, Carta al reverendo H. BLAIR, 25 de marzo de 1776



¿Y quién es este hombre de las tormentas?

Él mismo, una y otra vez, escribe sobre sí mismo:



Me acerco al término de mi vida y no he hecho ningún bien sobre la tierra. Tengo las intenciones buenas pero hacer el bien no es siempre tan fácil como se piensa. Concibo una nueva clase de servicio que hacer a los hombres: ofrecerles la imagen fiel de uno de ellos para que aprendan a conocerse. (1)

Nacido en una familia en que reinaban las buenas costumbres y la piedad, educado luego con dulzura por un sacerdote lleno de sabiduría y de religión, desde mi más tierna infancia recibí principios, máximas –otros dirán prejuicios- que nunca me han abandonado del todo. Niño aún y entregado a mí mismo, atraído por las caricias, seducido por la necesidad, me hice católico, pero siempre permanecí cristiano, y ganado pronto por la costumbre, mi corazón se vinculó sinceramente a mi nueva religión. Las enseñanzas, los ejemplos de madame de Warens me afirmaron en ese vínculo. La soledad campesina en que pasé la flor de mi juventud, el estudio de buenos libros a que me entregué pro entero, reforzaron a su lado mis disposiciones naturales para los sentimientos afectuosos y me hicieron devoto casi a la manera de Fenelón. La meditación en el retiro, el estudio de la naturaleza, la contemplación del universo fuerzan a un solitario a lanzarse incesantemente hacia el autor de las cosas y a buscar con su dulce inquietud el fin de todo cuanto ve y la causa de todo cuanto siente. Cuando mi destino me arrojó en el torrente del mundo, ya no volví a encontrar nada que pudiese agradar por un momento mi corazón.
(…)
Desde mi juventud me había fijado esa época de los cuarenta años como el término de mis esfuerzos por ascender y el de mis pretensiones de todo género. Totalmente resuelto, una vez alcanzada esta verdad y en la situación en que me encontrase, a no debatirme más para salir ella y a pasar el resto de mis días viviendo al día la jornada sin ocuparme del porvenir. Llegado el momento cumplí ese proyecto sin pena y pese a que entonces mi fortuna pareció querer tomar un asiento más fijo, renuncié no solo sin pesar sino con placer auténtico. Al librarme de todos aquellos sueños, de todas aquellas vanas esperanzas, me entregué por entero a la incuria y al reposo del espíritu que en mí fue siempre el gusto dominante y mi inclinación más duradera. Abandoné el mundo y sus pompas, renuncié a todo ornato: nada de espada, reloj, medias blancas, dorados ni peinados, una simple peluca, un buen vestido de paño grueso, y mejor que todo esto, desarraigué de mi corazón las codicias y apetencias que dan mucho valor a todo cuanto abandonaba. Renuncié al puesto que entonces ocupaba, para el que en modo alguno estaba dotado, y me puse a copiar música a tanto la página, ocupación por la que siempre había tenido un gusto decidido.
No limité mi reforma a las cosas exteriores. Sentí que aquella exigía además otra, más penosa sin duda, pero más necesaria, en las opiniones, y resuelto a no hacerlo en dos veces, comencé a someter mi interior a un examen severo que lo fijase para el resto de mi vida tal como quiero encontrarlo a mi muerte.
Una gran revolución que acababa de operarse en mí, un mundo moral distinto que se revelaba a mis miradas, los insensatos juicios de los hombres cuya absurdidad, sin prever todavía cuándo sería su víctima, comenzaba a sentir, la necesidad siempre creciente de otro bien que la vanagloria literaria cuyo vapor nada más alcanzarme me había disgustado, el deseo, en fin, de trazar para el resto de mi carrera una ruta menos incierta que aquella por la que acaba de pasar la mitad más bella, todo me obligaba a esa gran revisión cuya necesidad sentía desde hacía largo tiempo. La emprendí, pues, y no descuidé nada de cuanto de mí dependía para ejecutar bien la empresa.
Es en esa época en la que puedo datar mi entera renuncia al mundo y este gusto vivo por la soledad que no me ha abandonado desde esos tiempos.
(…)
Heme aquí en la madurez de la edad, en toda la fuerza del entendimiento. Ya toco el declinar. Si espero todavía, no tendré en mi deliberación tardía el goce de todas mis fuerzas; mis facultades intelectuales habrán perdido ya su actividad, haré peor lo que hoy puedo hacer lo mejor posible; aprovechemos este momento favorable; es la época de mi reforma externa y material, que sea también la de mi reforma intelectual y moral. Fijémonos de una vez por todas mis opiniones, mis principios, y seamos para el resto de mi vida lo que habría encontrado deber ser después de haber pensado bien.
(…)
Desde entonces, tranquilo en los principios que había adoptado tras una meditación tan larga y pensada, le he hecho regla inmutable de mi conducta y de mi fe, sin inquietarme más por objeciones que no hubiese podido resolver ni por las que no hubiese podido prever y que nuevamente se presentaban de cuando en cuando a mi espíritu…. No; vanas argumentaciones no destruirán jamás la conveniencia que percibo entre mi naturaleza inmortal y la constitución de este mundo y el orden físico que en él veo reinar. En el orden moral correspondiente, cuyo sistema es el resultado de mis búsquedas, encuentro los apoyos que necesito para soportar las miserias de mi vida. En cualquier otro sistema viviría sin recursos y moriría sin esperanzas. Sería la más desgraciada de las criaturas. Mantengámonos, pues, en este que basta, él solo, para hacerme feliz a despecho de la fortuna y de los hombres.
(…)
¿No parecen, esta deliberación y la conclusión que deduje, haber sido dictadas por el cielo mismo a fin de prepararme para el destino que me aguardaba y para ponerme en situación de soportarlo? ¿En qué me habría convertido, en qué me convertiré todavía, en medio de las angustias horribles que me esperaban y de la increíble situación a que me veo reducido para el resto de mi vida si, sin refugio donde poder escapar a mis implacables perseguidores, sin compensación por los oprobios que me han hecho enjugar en este mundo y sin esperanza de obtener jamás la justicia que me era debida, me hubiera visto entregado todo entero a la más horrible suerte que en la tierra haya experimentado mortal alguno? Mientras tranquilo en mi inocencia, no imaginaba más que estima y benevolencia para mí entre los hombres; mientras mi corazón abierto y confiado se desahogaba con los amigos y los hermanos, los traidores me enlazaban en silencio con redes forjadas en el fondo de los infiernos. Sorprendido por las más imprevistas de todas las desgracias y las más terribles para un alma orgullosa, arrastrado por el fango sin nunca saber por quién ni por qué, hundido en un abismo de ignominia, envuelto en horribles tinieblas a cuyo través no percibía sino objetos siniestros, con la primera sorpresa fui derribado y jamás me habría repuesto del abatimiento en que me arrojó esta clase imprevista de desgracias si no me hubiera provisto de antemano de fuerzas para levantarme en mis caídas. (2)

Me pintaré sin disimulo ni modestia a vos tal cual yo me veo, y tal cual soy, porque de pasar mi vida conmigo debo conocerme, y veo por la forma en que los que piensan que me conocen interpretan mis acciones y mi conducta, que no me conocen nada. Nadie en el mundo me conoce más que yo. De ello juzgaréis cuando haya dicho todo.

No me devolváis, señor, mis cartas, os lo suplico. Quemarlas, porque no merece la pena guardarlas, al menos por lo que a mí respecta. No penséis, por favor, en retirar las que están en manos del señor Duchesne. Si hubiera que borrar del mundo las huellas de todas mis locuras, habría demasiadas cartas que retirar y no moveré para ello un dedo. Entre cargos y descargos, me temo ser visto tal cual soy. Conozco mis grandes defectos, y siento vivamente todos mis vicios. Con todo, moriré lleno de esperanza en el Dios supremo, muy convencido de que, de todos los hombres que he conocido en mi vida, ninguno fue mejor que yo. (3)




(1) Mi retrato
(2) Las ensoñaciones de un paseante solitario, Tercer paseo.
(3) Carta a Malesherbes, 4 de enero de 1762
Obras de Jean Jacques ROUSSEAU