Una mañana contó a Marietta y a los niños el extraño sueño que acaba de tener.
Había encontrado, explicaba, una multitud de personas de aspecto necio y miserable, y cuando había preguntado quiénes eran le habían respondido, para su gran sorpresa, que eran los habitantes del paraíso. Más tarde, se había cruzado con un grupo de hombres serios, que conversaban de cosas elevadas, entre los que reconoció a filósofos griegos y romanos. Aquellos que la iglesia condena – le habían indicado- van al infierno. Me gustaría ir con ellos, había replicado al instante, cuando le habían preguntado si deseaba ir al cielo o al infierno. Prefiero hablar de política con esos grandes hombres a vivir en el paraíso con esa gentuza. Después de oír el relato de su sueño, sus hijos sacudieron la cabeza y Marietta se persignó, puesto que aquel discurso parecía inspirado por el diablo.
Algunos días después, se quejó de fuertes dolores en las entrañas. No se preocuparon demasiado, puesto que eran habituales en él. Como el dolor empeoraba, tomó una dosis mayor del remedio que le daban en esos casos, pero sus sufrimientos no cesaron. Dos días más tarde, el 22 de junio de 1527, en plena lucidez y rodeado de los suyos, Maquiavelo se prepara para ir a reunirse en el infierno con aquella camarilla de hombres ilustres y sabios, entre los que deseaba permanecer para la eternidad. No sabemos si el juez celestial le concedió la forma de inmortalidad que deseaba.
Recibió sepultura en la capilla familiar de los Machiavelli, en la iglesia de Santa Croce; donde no debió reposar mucho tiempo en paz, puesto que al poco la ocupó una hermandad religiosa, para su propio uso y la inhumación de sus miembros.
El cuerpo de Maquiavelo se confundió así con una multitud de cuerpos anónimos, y como uno de sus amigos se afligiera por ello, su hijo, Niccolo, que se había hecho canónigo, lo tranquilizó con estas bellas palabras: No os preocupéis, a mi padre le gustaba tanto la conversación que, cuantas más gentes dispuestas a charlar tenga a su alrededor, más contento estará.
Temo, sin embargo, que esa sociedad no fuese la que él habría deseado, demasiado parecida a aquella con la que el exiliado había debido contentarse en vida (…) Deseamos que la estancia en los infiernos haya convenido más a su espíritu que a su pobre cuerpo la fosa común.
La posteridad inmediata lo ignoró como no era prudente hablar de él, se acabó por encontrar más sensato ignorarlo por completo.
El siglo XVIII lo descubrió e impuso a esa triste mezcla de huesos de monjes, entre los que se habían confundido los del autor de El Príncipe, un epitafio solemne y grandilocuente. Creo que él habría preferido el que el deán Swift hizo poner en su iglesia de San Patricio, en Dublín: Se ha ido adonde el espectáculo de la necedad y la maldad de los hombres ya no logrará desgarrar su corazón. Ve allí viajero, e imita si puedes a este incansable luchador por la libertad.
Había encontrado, explicaba, una multitud de personas de aspecto necio y miserable, y cuando había preguntado quiénes eran le habían respondido, para su gran sorpresa, que eran los habitantes del paraíso. Más tarde, se había cruzado con un grupo de hombres serios, que conversaban de cosas elevadas, entre los que reconoció a filósofos griegos y romanos. Aquellos que la iglesia condena – le habían indicado- van al infierno. Me gustaría ir con ellos, había replicado al instante, cuando le habían preguntado si deseaba ir al cielo o al infierno. Prefiero hablar de política con esos grandes hombres a vivir en el paraíso con esa gentuza. Después de oír el relato de su sueño, sus hijos sacudieron la cabeza y Marietta se persignó, puesto que aquel discurso parecía inspirado por el diablo.
Algunos días después, se quejó de fuertes dolores en las entrañas. No se preocuparon demasiado, puesto que eran habituales en él. Como el dolor empeoraba, tomó una dosis mayor del remedio que le daban en esos casos, pero sus sufrimientos no cesaron. Dos días más tarde, el 22 de junio de 1527, en plena lucidez y rodeado de los suyos, Maquiavelo se prepara para ir a reunirse en el infierno con aquella camarilla de hombres ilustres y sabios, entre los que deseaba permanecer para la eternidad. No sabemos si el juez celestial le concedió la forma de inmortalidad que deseaba.
Recibió sepultura en la capilla familiar de los Machiavelli, en la iglesia de Santa Croce; donde no debió reposar mucho tiempo en paz, puesto que al poco la ocupó una hermandad religiosa, para su propio uso y la inhumación de sus miembros.
El cuerpo de Maquiavelo se confundió así con una multitud de cuerpos anónimos, y como uno de sus amigos se afligiera por ello, su hijo, Niccolo, que se había hecho canónigo, lo tranquilizó con estas bellas palabras: No os preocupéis, a mi padre le gustaba tanto la conversación que, cuantas más gentes dispuestas a charlar tenga a su alrededor, más contento estará.
Temo, sin embargo, que esa sociedad no fuese la que él habría deseado, demasiado parecida a aquella con la que el exiliado había debido contentarse en vida (…) Deseamos que la estancia en los infiernos haya convenido más a su espíritu que a su pobre cuerpo la fosa común.
La posteridad inmediata lo ignoró como no era prudente hablar de él, se acabó por encontrar más sensato ignorarlo por completo.
El siglo XVIII lo descubrió e impuso a esa triste mezcla de huesos de monjes, entre los que se habían confundido los del autor de El Príncipe, un epitafio solemne y grandilocuente. Creo que él habría preferido el que el deán Swift hizo poner en su iglesia de San Patricio, en Dublín: Se ha ido adonde el espectáculo de la necedad y la maldad de los hombres ya no logrará desgarrar su corazón. Ve allí viajero, e imita si puedes a este incansable luchador por la libertad.
M. BRION, Maquiavelo
Tumba de Maquiavelo, en la Basílica de Santa Croce, Florencia.
Obra de I. Spinazzi