PERICLES
(Atenas, 495 a.C.-Atenas, 429 a.C.)
Literalmente rodeado de gloria,
Es, sin duda, un nombre asociado íntimamente a la etapa más floreciente de la Atenas clásica, hasta el punto de que la edad de oro que vive la ciudad en el siglo V a..C. es denominada por algunos como el siglo de Pericles.
No fue el primer impulsor de la democracia ateniense, pero sí una de sus figuras más sobresalientes.
(Atenas, 495 a.C.-Atenas, 429 a.C.)
Literalmente rodeado de gloria,
Es, sin duda, un nombre asociado íntimamente a la etapa más floreciente de la Atenas clásica, hasta el punto de que la edad de oro que vive la ciudad en el siglo V a..C. es denominada por algunos como el siglo de Pericles.
No fue el primer impulsor de la democracia ateniense, pero sí una de sus figuras más sobresalientes.
Unos rasgos biográficos, tomados de ARTEHISTORIA Protagonistas de la historia
Inició su carrera política en el partido democrático, asumiendo su dirección en el año 461 cuando fue asesinado Efialtes, el anterior dirigente, y es entonces cuando impulsa una serie de medidas que consolidan y acentúan el carácter democrático del Estado ateniense. Desde entonces se convirtió en el verdadero jefe de gobierno desde su cargo de "strategos autokrator". La política ateniense estará en manos de Pericles durante casi cuarenta años, gobernando de manera casi absoluta aunque periódicamente era reelegido en sus cargos.
La base de su política estará en incrementar el prestigio de Atenas, debilitando a Esparta y luchando contra Persia.
Estableció las bases para convertir a Atenas un poderoso imperio e impulsó como nadie la exhibición de su gloria poniendo en marcha la construcción de un buen número de obras públicas y monumentos encabezados por el Partenón, joya de la Acrópolis ateniense a la que se accedía por los famosos Propileos.
En el año 445 a.C. se firma entre Atenas y Esparta una paz que establecía cierto equilibrio político entre ambas ciudades, pudiendo elegir las demás su alianza con una de las dos. Pero la firma de este tratado no evitará uno de los más graves conflictos que vivirá Grecia en el siglo V a.C.: la Guerra del Peloponeso, considerada por algunos especialistas como el vehículo con el que Pericles quería recuperar su prestigio después de los momentos de tensión interna.
En el año 430 a.C. caía el gobierno de Pericles ante la presión popular que veía cómo la democracia se convertía en una especie de tiranía. Al año siguiente una epidemia de peste asolaba el Ática y Pericles era llamado para encabezar el gobierno pero la enfermedad hizo mella en el gran Pericles y falleció en 429 a.C. Atenas quedaba empeñada en una guerra que provocaría su ruina.
Y es el autor de uno de los textos más hermosos de la cultura griega clásica, la ORACIÓN FÚNEBRE. TUCÍDIDES, el historiador, en la antológica ‘Historia de la guerra del Peloponeso’, es quien recoge y nos lega ese discurso donde Pericles rinde tributo a los caídos en la batalla y, al tiempo, muestra la grandeza de Atenas.
La mayoría de los que aquí han hablado anteriormente elogian al que añadió a la costumbre el que se pronunciara públicamente este discurso, como algo hermoso en honor de los enterrados a consecuencia de las guerras. Aunque lo que a mí me parecería suficiente es que, ya que llegaron a ser de hecho hombres valientes, también de hecho se patentizara su fama como ahora mismo ven en torno a este túmulo que públicamente se les ha preparado; y no que las virtudes de muchos corran el peligro de ser creídas según que un solo hombre hable bien o menos bien. Pues es difícil hablar con exactitud en momentos en los que difícilmente está segura incluso la apreciación de la verdad. Pues el oyente que ha conocido los hechos y es benévolo, pensará quizá que la exposición se queda corta respecto a lo que él quiere y sabe; en cambio quien no los conoce pensará, por envidia, que se está exagerando, si oye algo que está por encima de su propia naturaleza.
(…)
Tendría que comenzar con nuestros antepasados. Es tan adecuado como prudente, que ellos reciban el honor de ser mencionados en primer lugar, en una ocasión como la de ahora. Ellos vivieron en esta comarca sin interrupción de generación en generación; y nos la entregaron libre como resultado de su bravura. Y si nuestros antepasados más lejanos merecen alabanza, mucho más son merecedores de ella nuestros padres directos. Ellos sumaron a nuestra herencia el imperio que hoy poseemos y no escatimaron esfuerzo alguno para transmitir esa adquisición a la generación presente. Por último, hay muy pocas partes de nuestro dominio que no hayan sido aumentadas por aquéllos de entre nosotros que han llegado a la madurez de sus vidas. Por su esfuerzo la patria se encuentra provista con todo lo que le permite depender de sus propios recursos, tanto en guerra como en la paz.
Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida.
(…)
Arraigada está en nosotros la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los únicos, en efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos públicos, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabra antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso. Pues también poseemos ventajosamente esto: el ser atrevidos y deliberar especialmente sobre lo que vamos a emprender; en cambio en los otros la ignorancia les da temeridad y la reflexión les implica demora.
Resumiendo, afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia, y me parece que cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica del momento actual sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carácter. Efectivamente, es la única ciudad que, en ocasión de ser asaltada, no ocasiona pudor en sus antagonistas cuando ellos resultan derrotados. Ni sus mismos enemigos cuestionan su derecho, obtenido por mérito, de poner de manifiesto su imperio. Y al habernos procurado un poderío con pruebas más que evidentes y no sin testigos, daremos ocasión de ser admirados a los hombres de ahora y a los venideros, sin necesitar para nada el elogio de Homero ni de ningún otro que nos deleitará de momento con palabras halagadoras, aunque la verdad irá a desmentir su concepción de los hechos; sino que tras haber obligado a todas las tierras y mares a ser accesibles a nuestro arrojo, por todas partes hemos dejado monumentos, para bien o para mal, imperecederos detrás nuestro.
(…)
Así pues, éstos, considerando justo no ser privados de una tal ciudad, lucharon y murieron noblemente, y es natural que cualquiera de los supervivientes quiera esforzarse en su defensa. Esta es la razón por la que me he extendido en lo referente a la ciudad enseñándoles que no disputamos por lo mismo nosotros y quienes no poseen nada de todo esto, y dejando en claro al mismo tiempo con pruebas ejemplares el público elogio sobre quienes ahora hablo. Y de él ya está dicha la parte más importante. Pues las virtudes que en la ciudad he elogiado no son otras que aquellas con que las han adornado estos hombres y otros semejantes, y no son muchos los griegos cuya fama, como la de éstos, sea pareja a lo que hicieron. Y me parece que pone de manifiesto la valía de un hombre, el desenlace que éstos ahora han tenido. (…)Y en ese momento consideraron en más el defenderse y sufrir, que ceder y salvarse; evitaron una fama vergonzosa, y aguantaron el peligro de la acción al precio de sus vidas, y en breve instante de su Fortuna, en el esplendor mismo de su fama más que de su miedo, fenecieron.
Y así, éstos, resultaron dignos a su ciudad. Y es preciso que el resto pidan tener una decisión tan firme y no se den por satisfechos de tenerla más cobarde ante los enemigos. (…) Antes por el contrario, contemplando de hecho cada día el poderío de la ciudad y enamorándose de él, y cuando les parezca que es inmenso, piensen que todo ello lo adquirieron unos hombres osados y que conocían su deber, y que actuaron con pundonor en el momento de la acción; y que si fracasaban al intentar algo no se creían con derecho a privar a la ciudad de su innata audacia, por lo que le brindaron su más bello tributo: dieron, en efecto, su vida por la comunidad, cosechando en particular una alabanza imperecedera y la más célebre tumba: no sólo el lugar en que yacen, sino aquella otra en la que por siempre les sobrevive su gloria en cualquier ocasión que se presente, de dicho o de hecho. Porque de los hombres ilustres tumba es la tierra toda, y no sólo la señala una inscripción sepulcral en su ciudad, sino que incluso en los países extraños pervive el recuerdo que, aun no escrito, está grabado en el alma de cada uno más que en algo material. Pues, al menos para un hombre que tenga dignidad, es más doloroso sufrir un daño por propia cobardía que, estando en pleno vigor y lleno de esperanza común, la muerte que llega sin sentirse.
(…)
Por esto precisamente no les compadezco a ustedes, los padres de estos de ahora que aquí están presentes, sino que más bien voy a consolarles. Pues ellos saben que han sido educados en las más diversas experiencias. Y la felicidad es haber alcanzado, como éstos, la muerte más honrosa, o el más honroso dolor como ustedes y como aquellos a quienes la vida les calculó por igual el ser feliz y el morir. Y que es difícil convencerles de ello lo sé, pues tendrán múltiples ocasiones de acordarse de ellos en momentos de alegría para otros, como los que antaño también eran su orgullo. Pues la pena no nace de verse privado uno de aquellas cosas buenas que uno no ha probado, sino cuando se ve despojado de algo a lo que estaba acostumbrado. Preciso es tener confianza en la esperanza de nuevos hijos, los que aún están en edad, pues los nuevos que nazcan ayudarán en el plano familiar a acordarse menos de los que ya no viven, y será útil para la ciudad por dos motivos: por no quedar despoblada y por una cuestión de seguridad. Pues no es posible que tomen decisiones equitativas y justas quienes no exponen a sus hijos a que corran peligro como los demás.
(…)
He pronunciado también yo en este discurso, según la costumbre, cuanto era conveniente, y los ahora enterrados han recibido ya de hecho en parte sus honras; a su vez la ciudad va a criar a expensas públicas a sus hijos hasta la juventud, ofreciendo una útil corona a éstos y a los supervivientes de estos combates. Pues es entre quienes disponen de premios mayores a la virtud donde se dan ciudadanos más nobles. Y ahora, después de haber concluido los lamentos fúnebres, cada cual en honor de los suyos, márchense”.
(el discurso completo , aquí, en PARA SABER aún MÁS)
Y, además, conviene saber que…
TUCÍDIDES, el historiador griego que nos ha traído esa Oración fúnebre, contemporáneo además del propio Pericles lo, llamó ‘el primer ciudadano de Atenas’, considerando que su muerte constituyó el inicio del declive definitivo de la polis griega.
Según PLUTARCO, en los momentos de su muerte, sus amigos se hallaban reunidos alrededor elogiando su figura inmensa, sus enormes virtudes y sus grandes méritos. El moribundo Pericles les interrumpió para hacerles ver que habían olvidado su principal mérito: que ningún ateniense, dijo según parece, había tenido que llevar luto por su causa.
No era filósofo pero sí tuvo mucha relación con los filósofos, principalmente con ANAXÁGORAS, su maestro y amigo, así como con ZENÓN de Elea (sí, el de Aquiles y la tortuga) y PROTÁGORAS, el famoso y aclamado sofista.
Asimismo, cultivó una íntima amistad con FIDIAS, probablemente el mejor escultor de la Grecia antigua, al que encargó las estatuas del Partenón.
Estuvo casado con una mujer (cuyo nombre no aparece por lado alguno) con la que tuvo dos hijos, pero su verdadero amor fue ASPASIA con la que convivió muchos años y con la que tuvo un hijo.
No fueron pocos sus enemigos ni las acusaciones que recibió, entre otras la de malversación de fondos y la de tirano.
Sus enemigos siempre acusaron a Aspasia de influir muy poderosamente en Pericles, considerándola incluso responsable de que Atenas entrara en guerra contra Samos.
Al menos sí parece ser cierto que promovió un cambio en la legislación ateniense que limitaba la ciudadanía solo a aquellos que tuviesen padre y madre atenienses (una medida legislativa impulsada, en otro tiempo, por él mismo), para que el hijo que tuvo con Aspasia, también llamado Pericles (apodado el joven) accediera a la ciudadanía.
Pero no fue solo Aspasia quien recibió críticas y acusaciones, -llegando incluso a ser enjuiciada-. Prácticamente todos los amigos de Pericles tuvieron problemas y hay muchos que consideran que buena parte de estos fueron debidos a su relación con el amado pero asimismo odiado Pericles.
Murió en la epidemia de peste que asoló Atenas y en la que murió asimismo más de un tercio de la población ateniense. El mismo Tucídides da una narración muy intensa de esos acontecimientos tan dramáticos que asolaron la polis, y según él mismo expone, también fue presa de la enfermedad. Actualmente la hipótesis más aceptada considera esa plaga como una epidemia de tifus.
Inició su carrera política en el partido democrático, asumiendo su dirección en el año 461 cuando fue asesinado Efialtes, el anterior dirigente, y es entonces cuando impulsa una serie de medidas que consolidan y acentúan el carácter democrático del Estado ateniense. Desde entonces se convirtió en el verdadero jefe de gobierno desde su cargo de "strategos autokrator". La política ateniense estará en manos de Pericles durante casi cuarenta años, gobernando de manera casi absoluta aunque periódicamente era reelegido en sus cargos.
La base de su política estará en incrementar el prestigio de Atenas, debilitando a Esparta y luchando contra Persia.
Estableció las bases para convertir a Atenas un poderoso imperio e impulsó como nadie la exhibición de su gloria poniendo en marcha la construcción de un buen número de obras públicas y monumentos encabezados por el Partenón, joya de la Acrópolis ateniense a la que se accedía por los famosos Propileos.
En el año 445 a.C. se firma entre Atenas y Esparta una paz que establecía cierto equilibrio político entre ambas ciudades, pudiendo elegir las demás su alianza con una de las dos. Pero la firma de este tratado no evitará uno de los más graves conflictos que vivirá Grecia en el siglo V a.C.: la Guerra del Peloponeso, considerada por algunos especialistas como el vehículo con el que Pericles quería recuperar su prestigio después de los momentos de tensión interna.
En el año 430 a.C. caía el gobierno de Pericles ante la presión popular que veía cómo la democracia se convertía en una especie de tiranía. Al año siguiente una epidemia de peste asolaba el Ática y Pericles era llamado para encabezar el gobierno pero la enfermedad hizo mella en el gran Pericles y falleció en 429 a.C. Atenas quedaba empeñada en una guerra que provocaría su ruina.
Y es el autor de uno de los textos más hermosos de la cultura griega clásica, la ORACIÓN FÚNEBRE. TUCÍDIDES, el historiador, en la antológica ‘Historia de la guerra del Peloponeso’, es quien recoge y nos lega ese discurso donde Pericles rinde tributo a los caídos en la batalla y, al tiempo, muestra la grandeza de Atenas.
La mayoría de los que aquí han hablado anteriormente elogian al que añadió a la costumbre el que se pronunciara públicamente este discurso, como algo hermoso en honor de los enterrados a consecuencia de las guerras. Aunque lo que a mí me parecería suficiente es que, ya que llegaron a ser de hecho hombres valientes, también de hecho se patentizara su fama como ahora mismo ven en torno a este túmulo que públicamente se les ha preparado; y no que las virtudes de muchos corran el peligro de ser creídas según que un solo hombre hable bien o menos bien. Pues es difícil hablar con exactitud en momentos en los que difícilmente está segura incluso la apreciación de la verdad. Pues el oyente que ha conocido los hechos y es benévolo, pensará quizá que la exposición se queda corta respecto a lo que él quiere y sabe; en cambio quien no los conoce pensará, por envidia, que se está exagerando, si oye algo que está por encima de su propia naturaleza.
(…)
Tendría que comenzar con nuestros antepasados. Es tan adecuado como prudente, que ellos reciban el honor de ser mencionados en primer lugar, en una ocasión como la de ahora. Ellos vivieron en esta comarca sin interrupción de generación en generación; y nos la entregaron libre como resultado de su bravura. Y si nuestros antepasados más lejanos merecen alabanza, mucho más son merecedores de ella nuestros padres directos. Ellos sumaron a nuestra herencia el imperio que hoy poseemos y no escatimaron esfuerzo alguno para transmitir esa adquisición a la generación presente. Por último, hay muy pocas partes de nuestro dominio que no hayan sido aumentadas por aquéllos de entre nosotros que han llegado a la madurez de sus vidas. Por su esfuerzo la patria se encuentra provista con todo lo que le permite depender de sus propios recursos, tanto en guerra como en la paz.
Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida.
(…)
Arraigada está en nosotros la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los únicos, en efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos públicos, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabra antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso. Pues también poseemos ventajosamente esto: el ser atrevidos y deliberar especialmente sobre lo que vamos a emprender; en cambio en los otros la ignorancia les da temeridad y la reflexión les implica demora.
Resumiendo, afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia, y me parece que cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica del momento actual sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carácter. Efectivamente, es la única ciudad que, en ocasión de ser asaltada, no ocasiona pudor en sus antagonistas cuando ellos resultan derrotados. Ni sus mismos enemigos cuestionan su derecho, obtenido por mérito, de poner de manifiesto su imperio. Y al habernos procurado un poderío con pruebas más que evidentes y no sin testigos, daremos ocasión de ser admirados a los hombres de ahora y a los venideros, sin necesitar para nada el elogio de Homero ni de ningún otro que nos deleitará de momento con palabras halagadoras, aunque la verdad irá a desmentir su concepción de los hechos; sino que tras haber obligado a todas las tierras y mares a ser accesibles a nuestro arrojo, por todas partes hemos dejado monumentos, para bien o para mal, imperecederos detrás nuestro.
(…)
Así pues, éstos, considerando justo no ser privados de una tal ciudad, lucharon y murieron noblemente, y es natural que cualquiera de los supervivientes quiera esforzarse en su defensa. Esta es la razón por la que me he extendido en lo referente a la ciudad enseñándoles que no disputamos por lo mismo nosotros y quienes no poseen nada de todo esto, y dejando en claro al mismo tiempo con pruebas ejemplares el público elogio sobre quienes ahora hablo. Y de él ya está dicha la parte más importante. Pues las virtudes que en la ciudad he elogiado no son otras que aquellas con que las han adornado estos hombres y otros semejantes, y no son muchos los griegos cuya fama, como la de éstos, sea pareja a lo que hicieron. Y me parece que pone de manifiesto la valía de un hombre, el desenlace que éstos ahora han tenido. (…)Y en ese momento consideraron en más el defenderse y sufrir, que ceder y salvarse; evitaron una fama vergonzosa, y aguantaron el peligro de la acción al precio de sus vidas, y en breve instante de su Fortuna, en el esplendor mismo de su fama más que de su miedo, fenecieron.
Y así, éstos, resultaron dignos a su ciudad. Y es preciso que el resto pidan tener una decisión tan firme y no se den por satisfechos de tenerla más cobarde ante los enemigos. (…) Antes por el contrario, contemplando de hecho cada día el poderío de la ciudad y enamorándose de él, y cuando les parezca que es inmenso, piensen que todo ello lo adquirieron unos hombres osados y que conocían su deber, y que actuaron con pundonor en el momento de la acción; y que si fracasaban al intentar algo no se creían con derecho a privar a la ciudad de su innata audacia, por lo que le brindaron su más bello tributo: dieron, en efecto, su vida por la comunidad, cosechando en particular una alabanza imperecedera y la más célebre tumba: no sólo el lugar en que yacen, sino aquella otra en la que por siempre les sobrevive su gloria en cualquier ocasión que se presente, de dicho o de hecho. Porque de los hombres ilustres tumba es la tierra toda, y no sólo la señala una inscripción sepulcral en su ciudad, sino que incluso en los países extraños pervive el recuerdo que, aun no escrito, está grabado en el alma de cada uno más que en algo material. Pues, al menos para un hombre que tenga dignidad, es más doloroso sufrir un daño por propia cobardía que, estando en pleno vigor y lleno de esperanza común, la muerte que llega sin sentirse.
(…)
Por esto precisamente no les compadezco a ustedes, los padres de estos de ahora que aquí están presentes, sino que más bien voy a consolarles. Pues ellos saben que han sido educados en las más diversas experiencias. Y la felicidad es haber alcanzado, como éstos, la muerte más honrosa, o el más honroso dolor como ustedes y como aquellos a quienes la vida les calculó por igual el ser feliz y el morir. Y que es difícil convencerles de ello lo sé, pues tendrán múltiples ocasiones de acordarse de ellos en momentos de alegría para otros, como los que antaño también eran su orgullo. Pues la pena no nace de verse privado uno de aquellas cosas buenas que uno no ha probado, sino cuando se ve despojado de algo a lo que estaba acostumbrado. Preciso es tener confianza en la esperanza de nuevos hijos, los que aún están en edad, pues los nuevos que nazcan ayudarán en el plano familiar a acordarse menos de los que ya no viven, y será útil para la ciudad por dos motivos: por no quedar despoblada y por una cuestión de seguridad. Pues no es posible que tomen decisiones equitativas y justas quienes no exponen a sus hijos a que corran peligro como los demás.
(…)
He pronunciado también yo en este discurso, según la costumbre, cuanto era conveniente, y los ahora enterrados han recibido ya de hecho en parte sus honras; a su vez la ciudad va a criar a expensas públicas a sus hijos hasta la juventud, ofreciendo una útil corona a éstos y a los supervivientes de estos combates. Pues es entre quienes disponen de premios mayores a la virtud donde se dan ciudadanos más nobles. Y ahora, después de haber concluido los lamentos fúnebres, cada cual en honor de los suyos, márchense”.
(el discurso completo , aquí, en PARA SABER aún MÁS)
Y, además, conviene saber que…
TUCÍDIDES, el historiador griego que nos ha traído esa Oración fúnebre, contemporáneo además del propio Pericles lo, llamó ‘el primer ciudadano de Atenas’, considerando que su muerte constituyó el inicio del declive definitivo de la polis griega.
Según PLUTARCO, en los momentos de su muerte, sus amigos se hallaban reunidos alrededor elogiando su figura inmensa, sus enormes virtudes y sus grandes méritos. El moribundo Pericles les interrumpió para hacerles ver que habían olvidado su principal mérito: que ningún ateniense, dijo según parece, había tenido que llevar luto por su causa.
No era filósofo pero sí tuvo mucha relación con los filósofos, principalmente con ANAXÁGORAS, su maestro y amigo, así como con ZENÓN de Elea (sí, el de Aquiles y la tortuga) y PROTÁGORAS, el famoso y aclamado sofista.
Asimismo, cultivó una íntima amistad con FIDIAS, probablemente el mejor escultor de la Grecia antigua, al que encargó las estatuas del Partenón.
Estuvo casado con una mujer (cuyo nombre no aparece por lado alguno) con la que tuvo dos hijos, pero su verdadero amor fue ASPASIA con la que convivió muchos años y con la que tuvo un hijo.
No fueron pocos sus enemigos ni las acusaciones que recibió, entre otras la de malversación de fondos y la de tirano.
Sus enemigos siempre acusaron a Aspasia de influir muy poderosamente en Pericles, considerándola incluso responsable de que Atenas entrara en guerra contra Samos.
Al menos sí parece ser cierto que promovió un cambio en la legislación ateniense que limitaba la ciudadanía solo a aquellos que tuviesen padre y madre atenienses (una medida legislativa impulsada, en otro tiempo, por él mismo), para que el hijo que tuvo con Aspasia, también llamado Pericles (apodado el joven) accediera a la ciudadanía.
Pero no fue solo Aspasia quien recibió críticas y acusaciones, -llegando incluso a ser enjuiciada-. Prácticamente todos los amigos de Pericles tuvieron problemas y hay muchos que consideran que buena parte de estos fueron debidos a su relación con el amado pero asimismo odiado Pericles.
Murió en la epidemia de peste que asoló Atenas y en la que murió asimismo más de un tercio de la población ateniense. El mismo Tucídides da una narración muy intensa de esos acontecimientos tan dramáticos que asolaron la polis, y según él mismo expone, también fue presa de la enfermedad. Actualmente la hipótesis más aceptada considera esa plaga como una epidemia de tifus.