OBRAS MAESTRAS.
Imprescindibles.
27 octubre 2013, muere LOU REED.
En su memoria. Para su recuerdo.
ROCK´N´ROLL, de su disco ROCK´N´ROLL ANIMAL, de 1974
ROCK´N´ROLL, de su disco ROCK´N´ROLL ANIMAL, de 1974
Es, justa, precisa, rigurosamente eso, eso mismo, rock´n´roll... lo demás, será bueno, mejor quizás,pero otra cosa...
Lou Reed: El amante de la belleza venenosa
Hijo de Nueva York, fascinado por la
delincuencia juvenil de su barrio natal, Brooklyn, Lou Reed se convirtió a los
24 años en alma mater de los tardíamente reconocidos The Velvet Underground,
cuyo timón compartió, a veces a huesudos codazos, con uno de los artistas más
cultos, iconoclastas y sublimes que ha dado el rock, John Cale, que finalmente
abandonaría el barco saltando por la borda. Enardecidos por la rivalidad del
galés y del neoyorquino por el liderazgo de la banda, la Velvet facturó dos
primeros discos históricos: The Velvet Underground & Nico (1966) y White
light / White heat (1967), donde Lou, un letrista de concisión narrativa, no
exenta de metáforas tan herméticas como sublimes —estudiante de clases de
literatura creativa impartida por el poeta beat paranoico Delmore Schwartz en
la Universidad de Syracuse—, se erigió en el autor más decadente y mítico de
los años sesenta, el más grande de los poetas nihilistas del rock a corazón
abierto.
Cronista de la marginación y la neurosis
urbana, Reed irrumpió literariamente en temas hasta entonces inéditos en un
contexto rock: la falsa euforia y el horror de las drogas duras —Heroin,
Waiting for the man, White light / White heat—, el atractivo del sadomasoquismo
como sublimación última de la libido —Venus in furs—, y la decadencia
espiritual de quienes viven aprisionados en el palpitante vientre de la gran
ciudad —Run, run, run—. Fue poeta hedonista de venenosa belleza, voyeur
moralista que escarbó hasta labrar una leyenda sórdida y convulsiva en torno al
repelente gusano de la Gran Manzana, condensando en sus textos, en una especie
de “telediario” plagado de zooms al estilo “prensa amarilla”, la cruel realidad
de la sociedad estadounidense, entre los ambientes más exquisitos y
sofisticados de la decadencia neoyorquina y el eco de los bajos fondos, a
través de una composiciones notablemente emparentadas con el malditismo
visionario de los poetas simbolistas franceses, Baudelaire especialmente,
dotadas de un verbo hiriente próximo a la contundencia de la novela negra de
Raymond Chandler. Por todo ello, con el paso del mundanal tiempo, Lou Reed
llegaría a ser ejemplo de “la modernidad de los clásicos”, especialmente si nos
remitimos a su obra creada en los años setenta —Transformer, Berlin (la más
grande epopeya sadomasoquista de nuestro tiempo), Sally can’t dance y Coney
Island baby—, discos donde la sofisticación literaria no es más que
perfeccionismo narrativo sin fisuras, la aparente obviedad disfraza un cinismo
mordaz, y el poeta esqueléticamente crucificado, estirando sus brazos picados,
consigue arrancarse de cuajo el alfiler de vudú personificado en el fantasma
del terciopelo subterráneo que le codifica para convertir el ennui en razón de
sus creaciones más hermosas, tristes y lúcidas.
Quizá
Lou Reed no fuera, como decía mi amigo Paco Peiro, de carne y hueso, pero, por
Dios, es lo más cercano que ha existido para acompañarnos en la triste tarea de
compartir nuestras miserias humanas. And I guess I
just don't know.
Alberto MANZANO, ELPAIS, 27
octubre 2013