Un olivo

Bajo un olivo, ¿cabe mejor tumba?
La denuncia de una ceguera que se extiende como epidemia, ¿no es heroico?



El 18 de junio del 2010, en Lanzarote, moría José Saramago.
Ahora, justo un año después, sus cenizas han sido depositadas bajo un olivo centenario, traído del Ribatejo, su tierra natal, junto con tierra de Lanzarote.

En el Campo das Cebolas, en Lisboa, con vistas al Tajo.


Pilar del Río, su mujer, depositando las cenizas bajo el olivo.




En la lápida, junto a su nombre se ha colocado la siguiente inscripción:



Mas não subiu para as estrelas, se à terra pertencia
(Pero no subió a las estrellas, si a la tierra pertenecía).


las últimas palabras de su obra Memorial del convento.





La respuesta de dios no llegó a ser oída, también se perdió lo que dijo caín, lo lógico es que hayan argumentado el uno contra el otro una vez y muchas más, aunque la única cosa que se sabe a ciencia cierta es que siguieron discutiendo y que discutiendo todavía están. La historia ha acabado, no habrá nada más que contar (Caín, su última novela)



Y un poema:


Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo.
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo:
Gritar sin miedo lo que pienso,
y hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido...
Tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Unos dicen que ya soy viejo,
y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios
para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero,
para reconocer yerros viejos,
y rectificar caminos y atesorar éxitos.

Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!
¡Estas muy viejo, ya no podrás!
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
y las ilusiones se convierten en esperanza.

Tengo los años en que el amor
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras es un remanso de paz, como el atardecer en la playa.

¿Qué cuantos años tengo?
No necesito con un número marcar,
pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé
al ver mis ilusiones truncadas,
¡Valen mucho más que eso!

¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!
Pues lo que importa:
¡Es la edad que siento!

Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos.

¿Qué cuantos años tengo?
¡Eso a quien le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo
y hacer lo que quiero y siento.