Las tempestades, quizás nadie pueda detenerlas, pero alguien tiene que avisar de ellas, prevenirnos de que llegan, alertar de la desolación que provocan, vigilarlas. Alguien tiene que permanecer despierto cuando todos están dormidos (de EL LIBRO DE VISITAS) .
¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR EL SER HUMANO?
Este nuevo mundo que la ciencia nos ha descubierto es enorme pero frío. En ninguna parte hay nada en que el deseo humano de calor y protección, de familiaridad, pueda encontrar consuelo y, por eso, los defensores de los sistemas antiguos de pensamiento se quejan del materialismo y dicen que la ciencia está olvidando los valores espirituales. Los que hablan de este modo están obligados a olvidar lo que el mito ha hecho por la humanidad: largos periodos de sacrificios humanos, de ritos crueles, de hombres quemados vivos y de castigos para aquellos que buscaban el conocimiento. Tienen que olvidar la crueldad que los hombres han atribuido a sus dioses, al hacer a sus dioses a imagen y semejanza suya. Tienen que olvidar el infierno y el temor al infierno y la bochornosa utilización que se ha hecho de éstos para la dominación de los hombres. Tienen que olvidar la angustia con que el temor ha oprimido al espíritu humano durante muchos siglos. Tienen que olvidar que toda la crueldad que se ha depurado del mundo del mito se ha hecho en respuesta forzada ante la ciencia. El conocimiento ha sido el liberador al destruir las justificaciones míticas de la crueldad.(...)
La ciencia ha entrado ahora en un nuevo reino de destrucción que amenaza con cosas peores que las que alguna vez surgieron de la superstición más tenebrosa. El peligro es real y ningún hombre cuerdo lo minimizará.
B. RUSSELL, Mito y magia (1953)
nuevo reino de destrucción ruseell
La responsabilidad de la ciencia, de los científicos
Me He Convertido en Muerte
Un ex-nazi intenta relata que durante el programa de exterminación de los inválidos y enfermos mentales del régimen nazi, llamado Eutanasis o T-4, a los enfermos, seleccionados mediante disposiciones legales, los recibían en el edificio enfermeras profesionales que registraban la entrada y los desnudaban; unos médicos los examinaban y los llevaban a un cuarto cerrado; un operario abría el gas; otros, limpiaban; un policía extendía el certificado de defunción. Cuando después de la Guerra los interrogaron, todos dijeron: ¿culpable yo?. La enfermera no mató a nadie, se limitó a desnudar y a tranquilizar a unos enfermos, gestos habituales en la profesión. El médico tampoco lo hizo; sencillamente confirmó un diagnóstico, ateniéndose a criterios fijados por otras instancias. El peón que abrió la llave del gas realizó una operación técnica bajo el control de sus superiores y de los médicos. Los obreros que vaciaban el cuarto desempeñaban una tarea de saneamiento. El policía seguía el procedimiento reglamentario, dejando constancia de que el fallecimiento se producía sin vulnerar las leyes vigentes. ¿Quién es culpable, pues? Nadie es culpable.
J. . LITELL , Las benévolas
Hasta dónde llega la responsabilidad
Cuando apelamos al aparato del que creemos ser meramente una pieza inconsciente y consideramos totalmente justificada la frase: “Nosotros sólo hicimos lo que hicieron los demás”, cancelamos la libertad de la decisión moral y la libertad de la conciencia, convertimos la palabra “libre” de la expresión “el mundo libre” en el término más vacío e hipócrita. Temo que no hayamos sabido evitar este riesgo. La grandeza de Eatherly consiste precisamente en haber tenido la valentía de dar la vuelta al argumento, con lo que se ha sustraido a la perversión moral dominante. Eatherly proclama: aquello en lo que yo sólo he participado es también algo que yo he hecho; objeto de mi responsabilidad no son solamente mis actos individuales, sino todos “los actos en los que he participado”; la pregunta de nuestra conciencia no es solamente “¿Qué debemos hacer?”, sino también: “¿En qué y hasta qué punto debemos participar?”. (...) Comportarse de forma irreprochable en la vida privada no es gran cosas, pues en esta esfera la costumbre suele sustituir a la conciencia. Es para enfrentarse al sutil terror de la participación para lo que se requiere una auténtica autonomía moral y un verdadero valor cívico. (...) Normalmente el aparato exime a todos –incluso a quienes lo dirigen y a sus propietarios- de toda responsabilidad, de modo que al final nadie asume responsabilidad alguna, y lo único que queda es la tierra carbonizada de las víctimas y la radiante buena conciencia de los necios.
G. ANDERS, Carta abierta al Presidente de los EE.UU.,
J. F. Kennedy,
13 de enero de 1961