Que la posteridad escriba el resto






El  25 de agosto de 1776, moría David HUME.
Unos meses antes había redactado una breve autobiografía en la que, conocedor de la inminencia de su muerte, había escrito
En la primavera de 1772 padecí un desorden intestinal del que en un primer momento no hice caso pero que se ha convertido, como sé muy bien ahora, en una dolencia incurable y mortal.
De esta forma, tuvo posibilidad, y ánimo suficiente, para organizar minuciosamente todo lo relativo a su morada final: quiere un entierro privado, en una sencilla tumba romana situada en Carlton Hill, Edimburgo,  desde la que se pudiera contemplar su casa, con un escueto, lacónico epitafio:
               Nacido en 1711. Muerto en 1776
Pretendía, y así lo dijo, que fuera la posteridad la que añadiera el resto.

Y en cierto modo, la posteridad le traicionó en la decisión de una sobrina. Decidió la señora ser enterrada en el mismo panteón y ordenó colocar una inscripción en su parte más visible:
He aquí, mi temprana llegada. Dense gracias al Señor que nos ha dado la victoria a través de nuestro Señor Jesucristo

Difícil, muy difícil encontrar unas palabras más alejadas del filósofo. 
Mala condición de los muertos, que quedan a expensas de los vivos.