Sistema

Cualquier sistema que montéis sin nosotros
será derribado
Ya os avisamos antes
y nada de lo que construisteis ha perdurado
Oídlo mientras os inclináis sobre vuestros planos
Oídlo mientras os arremangáis
Oídlo una vez más
Cualquier sistema que montéis sin nosotros
será derribado
Tenéis vuestras drogas
Tenéis vuestras Pirámides, vuestros Pentágonos
Con toda vuestra hierba y vuestras balas
ya no podéis cazarnos
Lo único que revelaremos de nosotros
es este aviso
Nada de lo que construisteis ha perdurado
Cualquier sistema que montéis sin nosotros

será derribado
L. COHEN, Cualquier sistema

y en la voz de Constantino ROMERO, La Voz más bien

Ayudando con DESCARTES

















una biografía:

Biografias Universales

Canal Enciclopedia




y un buen resumen de su filosofía:

http://filosofiapalomar.blogspot.com.es/

Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica



¿Qué sucede cuando un Gobierno deja de procurar el bienestar de sus ciudadanos para servir a los intereses de una minoría acaudalada? Es una pregunta retórica: sabemos cuál es la respuesta. Hay grupos con gran poder económico, empresas e individuos, que influyen sobre las instituciones y que, en ocasiones, incluso las ‘capturan’, consiguiendo tratos a favor de unas élites en la definición de leyes y normativas. Son privilegios para unos pocos, mientras el esfuerzo, sobre todo la mayor carga fiscal, recae sobre la gran mayoría.


Como cada año, el Foro Económico Mundial se reúne en Davos. Del 22 al 25 de enero de 2014, los principales líderes financieros, empresariales y políticos del mundo analizaran los problemas más apremiantes que enfrenta el planeta.

Hoy la mitad de la renta mundial está en manos del 1% más rico de la población, cuya riqueza asciende a 110 billones de dólares. Esta cifra es 65 veces mayor que el total de la riqueza que posee la mitad más pobre de la población mundial.

Exigimos a los líderes que acuerden un objetivo de reducción urgente de la desigualdad, no sólo por su impacto negativo en términos económicos y de justicia social, sino por la amenaza que el incremento de la desigualdad supone para el ejercicio de una verdadera democracia basada en el interés de la mayoría. Lee nuestra nota de prensa.


A través del informe "Gobernar para las élites", denunciamos que el aumento de la concentración de poder genera una riqueza extrema que perpetúa la desigualdad, supone una amenaza para un modelo social basado en la inclusión e igualdad de oportunidades, y pone en peligro los sistemas democráticos.



INTERMON OXFAM publica el informe Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica



¿Y España, qué?

Maquiavelo antimaquiavélico

Leer hoy a Maquiavelo

El libro más famoso de Maquiavelo, El príncipe, fue escrito hace exactamente 500 años, y desde entonces ha inspirado a dirigentes políticos de todo el mundo. El libro se incluyó en elÍndice de libros prohibidos de 1559 y a su autor le denominaron “El malvado Maquiavelo”. La ira no se ha disipado con el tiempo. Pero lo que conviene preguntarse es: ¿Por qué molestarse hoy en leer a Maquiavelo? ¿Por qué leer El príncipe o Los discursos?Una respuesta fácil es que Maquiavelo es el fundador de la filosofía política moderna. Otra es que es el primer teórico político de un mundo desencantado en el que el individuo está solo, sin Dios, sin más motivos ni propósitos que los que le proporciona su propia subjetividad.
Esto se aproxima tal vez más a nuestras preocupaciones en el mundo actual. Lo más relevante para nosotros en el pensamiento de Maquiavelo es no solo su nueva ciencia del arte de gobernar, sino lo que podríamos llamar el “Maquiavelo antimaquiavélico”. Precisamente ahí es donde debería comenzar una lectura no maquiavélica de Maquiavelo. Maquiavelo no era maquiavélico, y los maquiavélicos no son lectores intensos ni perspicaces de Maquiavelo. Por supuesto, es difícil no juzgar su figura a través de la obra de una larga línea de comentaristas o atribuirle las teorías a las que se ha recurrido posteriormente para explicar su pensamiento. Es esencial descubrir en qué consiste exactamente su genio y en qué se asemeja su actitud a la nuestra en relación con nuestras pasiones políticas. Maquiavelo es nuestro, sin duda. Sus palabras no pasan de largo, ni proceden de otra época y otra cultura. Nos desafía desde nuestro propio mundo, y ese reto que plantea es total.
En realidad, lo que pone de relieve el análisis de Maquiavelo es la condición política en sí misma. Si los seres humanos dejaran de ignorar el papel de la Fortuna en sus asuntos y reconocieran sus limitaciones a la hora de establecer instituciones políticas y blindarse contra los caprichos del tiempo y el azar, podrían entrar en la vida política animados por un espíritu cívico. La política se orienta hacia la acción, y, para que la acción sea posible, los hombres deben desempeñar su papel. Es posible empezar de nuevo siempre que los seres humanos actúen unidos y en política, y esa es la convicción más profunda de Maquiavelo.

Evidentemente, la política así concebida está sujeta a todas las ambigüedades de la acción política. Hoy, en una época en la que las ideologías están desacreditadas y la globalización ha provocado el deshielo de sistemas políticos anquilosados, muchos consideran que la acción política es una carga desagradable. Otros, a través de ella, tratan de inculcar en los ciudadanos un sentido unívoco y monolítico del bien público. Por eso “lo público” está en constante peligro de ser aplastado por los enemigos de la libertad o por los ciudadanos que se olvidan de sus responsabilidades. La primera posibilidad es el destino político de los fundamentalismos religiosos, y la segunda, se puede ejemplificar en la experiencia occidental de la política “irresponsable”, desarrollada con arreglo a una definición cada vez más privada y materialista de la búsqueda de la felicidad.
Lo que distingue a Maquiavelo de los políticos de nuestro tiempo es que no se presenta al frente de un partido que representa a una clase o una raza universal ni en nombre de la humanidad. Para él, no existen criterios por encima de la política. En otras palabras, el pensamiento político de Maquiavelo, en principio, es hostil a las declaraciones partidistas, que engañan a cualquier político o ciudadano que se las tome en serio. Maquiavelo considera que el dato fundamental no está en la pregunta “¿Quién gobierna?”, sino en “¿Cómo gobierna?”. Cuando un gobernante funda un régimen totalmente nuevo a mayor gloria de sí mismo, de paso cree que así prevalecen “la verdadera forma de vida y la auténtica calma de una ciudad”.
El argumento de Maquiavelo es que las cosas humanas se mueven y, por tanto, los asuntos humanos sufren altibajos. No se puede evitar el cambio, pero los hombres deben dedicar su talento político a mantenerse seguros dentro de él. Sin embargo, añade Maquiavelo, “los hombres no pueden estar seguros sin el poder”. Por eso sugiere una expansión del poder humano.
En vez de usar el modelo de los seis gobiernos clásicos para referirse al ciclo inevitable de bien y mal en la política, Maquiavelo pide una “república perpetua” como condición para el progreso de toda la humanidad. Al decir “república perpetua”, se refiere a la expansión del poder de actuar. Como la naturaleza otorga a los hombres el conocimiento, pero no la facultad de actuar, los hombres deben actuar por su cuenta, sin esperar la ayuda ni de Dios ni de la naturaleza. Dios y la naturaleza no ayudan a los hombres a ejercer el poder, por lo que no existe ninguna ley natural ni ningún derecho natural que sean el fundamento de la política. En otras palabras, la doctrina moderna de la soberanía comienza cuando Maquiavelo se apropia del poder que antes los hombres ejercían, en teoría, para cumplir la voluntad de Dios.

El Estado, pues, debe ser el dominio de la estabilidad en la caótica esfera de los cambios naturales y las pasiones humanas. Por eso, a diferencia de los clásicos, Maquiavelo cree que la política es una entidad artificial creada por el talento humano. Para comprender este punto, hay que recordar que la teoría política de Maquiavelo se presenta como una teoría “laica” y mundana, y su aplicación práctica, además, entraña una nueva dimensión ontológica. Esa nueva ontología política inaugurada por Maquiavelo, por tanto, se puede considerar un momento de transición hacia la modernidad.
Al reflexionar sobre el establecimiento de lo político desde el horizonte final, Maquiavelo busca la forma de superar los dos límites teóricos fundamentales de la lógica de lo teológico y lo político: la falta de una teoría de lo político y que no se basa en una historia de hechos ocurridos. Maquiavelo vuelve a los paganos, más allá de lo ontoteológico, para hallar una manera de concebir la historia en función de una teoría política de los acontecimientos, en la que dichos acontecimientos se vean como el encuentro entre lo político y el movimiento real de la sociedad.
No es ninguna exageración decir que, con Maquiavelo, el pensamiento político europeo alcanza en ciertos aspectos una extraordinaria emancipación de la autoridad religiosa y la concepción medieval del hombre. Ahora bien, para liberar su mundo de la tiranía del pasado y del dominio de los textos medievales, Maquiavelo acude al mundo antiguo. Más aún, que Maquiavelo consulte a los clásicos no solo representa una gran aventura intelectual, sino también una forma de igualar tal vez los logros políticos y las hazañas filosóficas de los tiempos antiguos.

Estas ideas sobre el mundo clásico y el proceso histórico son el trasfondo filosófico que da auténtica originalidad a la obra de Maquiavelo. En vista de ellos y de las conclusiones a las que llega Maquiavelo, resulta todavía más extraordinario que la lectura de sus escritos nos pueda ayudar a comprender la idea maquiavélica de “entrar en política” como forma de dejar atrás nuestro maquiavelismo. No podemos entender el verdadero carácter del pensamiento de Maquiavelo si no nos liberamos de la influencia del maquiavelismo en nuestra propia historia. Para hacer justicia hoy a Maquiavelo y entender mejor sus opiniones, debemos considerarle mucho más que un pensador sobre la razón de Estado. Si lo hacemos, veremos que su interpretación de la política y su insistencia en que es autónoma forman la aportación más original a la historia de las ideas políticas.

R. JAHANBEGLOO,  EL PAÍS, 31/XII/ 13 

El buey silencioso

Tomás de Aquino fue el filósofo más importante de la Edad Media. En su obra intentó conciliar algunos de los principales principios aristotélicos con el platonismo y la teología cristiana.

Su familia lo había preparado para dedicarse a la carrera eclesiástica, pero se sintió decepcionada cuando santo Tomás eligió la orden de los dominicos, una orden mendicante donde se hacía voto de pobreza. Para intentar disuadirle de su idea, sus hermanos llegaron a secuestrarlo y encerrarlo en la torre de un castillo propiedad de la familia. Pero Tomás aprovechó el período de encierro para estudiar más a fondo las Sagradas Escrituras, así como las Sentencias de Pedro Lombardo y las obras de Aristóteles. Para tentar a Tomás, sus hermanos le enviaron una hermosa prostituta, a la que él hizo huir, amenazándola con un leño encendido de la chimenea. Finalmente, Tomás de Aquino se salió con la suya y pudo dedicar el resto de su vida al estudio y a la adoración de Dios.

Por cierto que, debido a su impertérrita actitud reflexiva y a su corpulencia, sus compañeros de estudios lo apodaron «el buey mudo». A este respecto, su maestro san Alberto Magno sentenció: «Lo llaman el buey silencioso. Pero yo digo que cuando este buey muja, sus mugidos llenarán el mundo».


P.  GONZÁLEZ CALERO,  Filosofía para bufones

En La luz apacible, una novela de L. de WOHL sobre Tomás de Aquino escrita por encargo del papa Pío XII, se recrea el episodio del encuentro con esa mujer provocado por sus dos hermanos. Aquí va un fragmento:

 “-¡Eh, Landolfo!
-Adelante, Reinaldo. Landolfo abrió la puerta.
-¿Has traído lo que necesitas… para lo que sea?
-Desde luego.
-¿Y qué es? ¿Unos polvos o un amuleto?
-Una succuba.
-¿Una qué?
-Una succuba con un hermoso pecho, dulces labios y un espléndido cabello rojo. No en vano se llama Bárbara la Pelirroja… Está esperando fuera, en su carruaje. Landolfo se le quedó mirando, estupefacto.
-¿Te has vuelto loco de remate?
-Tranquilo, tranquilo…
-¡Traer una prostituta a casa!
-Cálmate -insistió Rainaldo-. ¿Quieres despertar a todo el castillo?
Pero Landolfo no se calmaba. Estaba indignado.
-Ten todos los amoríos que quieras con esas mujerzuelas. Tampoco yo soy un santo, pero jamás se me ocurriría traer una aquí.
-¿Quieres callarte de una vez, estúpido? Es el remedio para Tomás, ¿no lo entiendes? Una vez que esté en sus brazos, se olvidará por completo de sus santos mendicantes. Sí, tendrá que olvidarse, porque para ellos estas cosas son muy graves.
-Eres… eres… -Una risa sorda sacudió el corpachón de Landolfo- el mismísimo diablo. Ahora comprendo… ¿Por qué no la hiciste pasar contigo?
-¿Y dejar que te oyera llamarla prostituta y te viera escandalizado por manchar la pureza de esta casa? Te conozco, Landolfo. Además, tenía que asegurarme de que todos están dormidos. ¿Lo están?
-Sí. Todos menos yo. Anda, tráela.
-Pero mantén tus garras lejos de ella, hermano. Te prohíbo codiciar a la mujer destinada a ese santo.
No fue difícil que los dos hombres que guardaban el puente levadizo la dejaran pasar de matute; bastaron unas monedas de oro. Poco después, la pequeña Bárbara, cubierta con un velo, estaba ya en el zaguán.
Landolfo, quítale la capa. No, querida, no es Tomás, es mi hermano Landolfo, que no tiene nada de virginal. Está bien, está bien, otro día será. Ahora sígueme de puntillas… iremos derechos a su cuarto. Tú, Landolfo, quédate aquí. Aunque fueses de puntillas, despertarías a todos.
-¡Qué mujer, Rainaldo! -¡Chisst!…
Subieron la escalera y se detuvieron ante la puerta. Rainaldo giró la llave y la abrió con lentitud.
-Está acostado… y dormido -susurró-… ¡Adelante! ¡Ve!
Bárbara la Pelirroja avanzó en la penumbra. En el lecho yacía un joven robusto con un hábito blanco. Un manto negro le cubría, a modo de colcha. El verdadero cobertor y el cabezal de seda, como todas las noches, no estaban allí… Dormía reposadamente, de lado, cubriéndose el rostro con los puños, como hacen muchos niños.
¿Cómo sería su cara?, se preguntó. Con sumo cuidado, le agarró por las muñecas y acercó las manos -que doblaban en tamaño a las suyas- a su hermoso rostro…
En ese momento Tomás se despertó. Bárbara la Pelirroja vio una cara joven y maciza, unas anchas y arqueadas cejas y unos negros ojos que la miraban benevolentes y aturdidos. Pronto, sin embargo, la benevolencia se transformó en sorpresa y ésta en irreprimible asombro.
-Tranquilo, querido -susurró ella sonriendo con la mejor de sus sonrisas.
Tomás se incorporó en la cama y ella trató de acariciarle, pero retiró las manos enseguida. El continuaba mirándola, aunque ya sin asombro. Tampoco había ira en sus ojos, ni desprecio. Era, más bien, una expresión de reconocimiento, como si supiese, clara e inequívocamente, qué era aquella mujer y para qué estaba allí. Y por primera vez en su vida, ella supo también lo que era realmente, y que todos sus triunfos amorosos no habían sido en absoluto suyos. Se vio como un saco de carne pintarrajeada, como un asqueroso reptil, y, al mismo tiempo, creyó ver una expresión de piedad en aquellos ojos negros que la contemplaban tal como era, tal como era, tal como era en realidad…
Repentinamente, se tiró de la cama y se puso en pie. Era enorme, alto como una torre. Y no podía soportar su mirada. Supo que tenía que actuar, y a prisa. Le sonrió otra vez, desesperadamente, y dio unos pasos hacia él, desplegando esa belleza que nunca había fallado. Su espléndida silueta se destacó a contraluz, iluminada por unos leños que ardían en la chimenea.
Sin decir una palabra, sin hacer el menor ruido, Tomás se acercó al fuego. Agarró por un extremo uno de los leños y avanzó hacia ella con la fría determinación de quien va a prender fuego a un montón de trapos viejos.
Bárbara, la pequeña pelirroja, lanzó un grito sofocado y agudo y retrocedió, para salvar su vida. Durante unos instantes espantosos le vio acercarse, empuñando la tea encendida, mientras trataba inúltimente de abrir la puerta. Por fin logró abrirla. Echó a correr, gritando, esquivó a Rainaldo, que esperaba fuera, bajó las escaleras a trompicones y se dirigió a la puerta principal. Landolfo trató de detenerla y preguntarle qué había sucedido, pero ella le empujó con increíble fuerza y abandonó el castillo como una exhalación.
Arriba, la puerta de la habitación de Tomás se cerró de golpe, con ruido de trueno.
Rainaldo lanzó una retahíla de juramentos. Lo peor que podía suceder había sucedido. (…)
Tomás había cerrado la puerta con un rápido movimiento de uno de sus pies, mientras sostenía en sus manos él leño encendido. Luego, con un gesto ceremonial, trazó sobre ella una cruz con el leño, dejando en la madera una señal negruzca de cenizas. Finalmente, se dirigió a la chimenea y puso el leño en su sitio. (…)
Pensó en todo aquello serenamente, con calma… Lo que contaba era que había sido tentado con una de las tentaciones más opuestas a la vida monástica y que, con la ayuda de Dios, había sido capaz de rechazar la tentación. Juntando sus manos, rezó con profunda emoción, pidiendo a Dios que, en adelante, apartara de él esta clase de tentaciones, con el fin de que pudiera emplear todas las energías a Su servicio.



F. GESSI La tentación de Santo Tomás,

MAQUIAVELO, nuestro contemporáneo

Hace quinientos años, terminó un pequeño tratado, ‘El Príncipe’, que sigue conservando su influencia intacta: nadie supo distinguir con tanta nitidez cómo funciona de hecho la política y cómo nos gustaría que lo hiciera.

Hace 500 años, en el otoño-invierno de 1513, un apesadumbrado Maquiavelo, exiliado en su finca de Sant’Andrea tras la caída de la república florentina, consiguió escribir lo que acabaría siendo uno de los más grandes libros de la historia de la teoría política, El príncipe. Era un pequeño tratado de no más de 30.000 palabras en el que se hablaba de los diferentes tipos de principados y de los atributos que deben acompañar a los hombres de Estado. A los ojos de hoy, tanto el estilo como la continua sucesión de ejemplos históricos no ofrecen una lectura fácil. Esto contrasta, sin embargo, con la vigencia que desde entonces siguen teniendo sus principales mensajes. Ya se sabe, un clásico es un autor del pasado con el que dialogamos como si fuese un contemporáneo, alguien que sigue presente entre nosotros a pesar de la distancia temporal que se abre entre su tiempo y el nuestro. Seguramente porque todavía tiene algo que decirnos y sigue siendo escuchado cuando abordamos ciertos temas o nos adentramos en algunos problemas o discusiones.

Las cuestiones centrales del libro giran todas en torno al poder. Es un perfecto manual de las técnicas de poder, y de cómo toda acción política debe ser evaluada en función de su capacidad para obtenerlo y mantenerlo, no de su ajuste más o menos cabal a los imperativos de la moralidad. Lo que importa es el éxito a la hora de buscar este objetivo, y aquel condiciona la naturaleza de los medios que sean necesarios para alcanzarlo. “El que quiere el fin debe querer los medios”, que diría Nietzsche. Y los medios que se requieren para el sustento y la protección del Estado —o la conservación del poder por parte del príncipe— no siempre se prestan a los dictados de la acción moral. Es más, si un gobernante no está dispuesto a renunciar a la moral cuando las circunstancias así lo exijan, más vale que se dedique a otra cosa. “Un príncipe que quiera mantenerse como tal debe aprender a no ser necesariamente bueno, y usar esto o no según lo precise”. Vicio y virtud serían así categorías de la moral, no de la política. Porque la política exige mancharse las manos, es irreconciliable con una visión de la realidad en la que la acción moral siempre nos ofrece una alternativa a lo que se impone como necesario, que haya algo así como una armonía entre principios éticos y las consecuencias específicas derivadas de aplicarlos .


A la vista de esto, no es de extrañar que Maquiavelo fuera visto desde siempre como el “maestro del mal” (L.Strauss), como un a-moralista a quien había que combatir por todos los medios. El cardenal Pole llegó incluso a decir que su libro había sido escrito “por la mano de Satanás”. Otros lo absuelven, porque en sus Discursos, el tratado sobre las repúblicas que comenzara a escribir en ese mismo año de 1513, cambia de perspectiva y traslada el fin de la acción política desde la conservación del poder del príncipe al vivere civile y libero republicano, y subraya la necesidad del apoyo del pueblo como fundamento de la fuerza del gobernante. Aunque, todo sea dicho, con ello no cambia lo más sustancial de su enfoque. La razón de Estado sigue presente —si está en peligro la patria deja de constreñirnos la moral y el derecho—, y, sobre todo, sigue manteniendo que la política, aun bajo condiciones republicanas, no nos enfrenta a un mundo reconciliado. La maldad del hombre es inextricable —“un hombre olvida antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”— y nunca podremos liberarnos del engaño y la mentira como medios fundamentales de la acción política.

Maquiavelo nos ofrece, en efecto, una política exenta de moralina, que diría Nietzsche, y ha pasado a la historia, como el primer realista político. Nadie supo distinguir con tanta nitidez la distancia que se abre entre cómo funciona de hecho la política y cómo nos gustaría que lo hiciera. Su mensaje no puede ser más meridiano, la política siempre es estratégica, siempre ha de vérselas con actores que tratan de maximizar sus intereses con todos los medios a su alcance, y ninguno de ellos hace aspavientos a los instrumentos que sean necesarios para alcanzarlos. Es preciso observar, sin embargo, que al presentarnos este dato fundamental de lo político, nuestro autor contribuye a desvelarnos la naturaleza profunda del poder, desprovista ya de mitos e ideologías legitimadoras, su rostro desnudo. Y, como ya observaba Gramsci, esto es lo que nos permite actuar para eludir sus peores consecuencias y buscar “otra política”.

La constatación de que Maquiavelo en eso tiene razón es, en definitiva, lo que nos ha llevado a diseñar todos los diques posibles para evitar que la razón de Estado o la persecución del interés propio, tanto por parte de los gobernantes como de los grupos de interés, traspase ciertos límites. Esa ha sido la labor tradicional de la democracia y de las instituciones del Estado de derecho. Hoy, junto con la exigencia de ética pública, funcionan como algunos de los condicionantes externos de la acción política. Exactamente igual que eso que teorizaba en su libro cuando se refería a la necessitá o la fortuna.


La virtú del gobernante no solo consiste en saber operar bajo esos condicionantes, sino en tener conciencia también de cuál es la qualità de’ tempi, las peculiaridades de cada contexto y el estilo de gobierno que encaja con ellas. En este sentido, la política de los drones de Obama sería más maquiavélica que la de Guantánamo o de las empresas bélicas de Bush. En ambos casos, el fin, la seguridad, condiciona los medios, pero una es mucho más aceptable para la moralidad pública de un país como Estados Unidos que otra y, por tanto, más eficaz. El fin se impone a pesar de su inmoralidad, pero unos son más digeribles para las “circunstancias del tiempo” que otros. Como se ve, lo importante es el éxito de la acción, no su adecuación a principios. O, desde otra perspectiva y por quedarnos en nuestro país, las nuevas medidas dirigidas a evitar la corrupción, que son una respuesta a la tendencia de un sector de la clase política a perseguir sus propios intereses a expensas del interés público, responden a una clara presión ciudadana para imponer un nuevo dique a los políticos. Maquiavelo diría que lo hacen más por ser reelegidos que porque crean en ellos, pero lo que importa a la postre es que existan y constriñan su acción.

Sea como fuere, el mensaje fundamental de Maquiavelo es que el punto de partida de lo político debe ser siempre la necesidad de atender a las consecuencias de las decisiones políticas, una variante, mucho más cruda, de la ética de la responsabilidad weberiana. El problema estriba en que —sin caer en el hipermoralismo— seamos capaces de escoger los medios, que aun permitiéndonos la consecución de un fin concreto, no atenten contra lo que deben ser los objetivos fundamentales de nuestra vida en común y dotan de identidad y sentido a la vida democrática, el vivere civile e libero adecuado a nuestra época. Es algo que no podemos ignorar en estos momentos en los que casi todo vale con tal de salir de la crisis económica, el fin hipostasiado, o en el que los presupuestos básicos de la ética pública aparecen hechos jirones. Puede que el mal no pueda ser erradicado de la política, pero lo que está claro es que el mejor antídoto contra el burdo maquiavelismo es una ciudadanía vigilante con capacidad para la reflexión y la crítica. No podemos olvidar que, como decía el profesor Del Águila, uno de nuestros mayores expertos sobre Maquiavelo, al final “somos nosotros quienes trazamos la línea de lo intolerable”.


F. VALLESPÍN, EL PAIS, 3/III/13 – 

Un cadáver peregrino

El 28 de agosto del 430, muere en Hipona AGUSTÍN, poco antes de que se efectivamente produjera lo que tanto temía el filósofo; que la ciudad fuera arrasada por los vándalos de Genserico.

A partir de ese momento, sus restos iniciarán un largo y tortuoso peregrinaje; de distintos lugares africanos a Italia, concretamente a Cerdeña, para después ser transportados de nuevo hasta Pavía.
Allí definitivamente reposan, en la iglesia San Pietro in Ciel d´Oro