Un olivo

Bajo un olivo, ¿cabe mejor tumba?
La denuncia de una ceguera que se extiende como epidemia, ¿no es heroico?



El 18 de junio del 2010, en Lanzarote, moría José Saramago.
Ahora, justo un año después, sus cenizas han sido depositadas bajo un olivo centenario, traído del Ribatejo, su tierra natal, junto con tierra de Lanzarote.

En el Campo das Cebolas, en Lisboa, con vistas al Tajo.


Pilar del Río, su mujer, depositando las cenizas bajo el olivo.




En la lápida, junto a su nombre se ha colocado la siguiente inscripción:



Mas não subiu para as estrelas, se à terra pertencia
(Pero no subió a las estrellas, si a la tierra pertenecía).


las últimas palabras de su obra Memorial del convento.





La respuesta de dios no llegó a ser oída, también se perdió lo que dijo caín, lo lógico es que hayan argumentado el uno contra el otro una vez y muchas más, aunque la única cosa que se sabe a ciencia cierta es que siguieron discutiendo y que discutiendo todavía están. La historia ha acabado, no habrá nada más que contar (Caín, su última novela)



Y un poema:


Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo.
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo:
Gritar sin miedo lo que pienso,
y hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido...
Tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Unos dicen que ya soy viejo,
y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios
para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero,
para reconocer yerros viejos,
y rectificar caminos y atesorar éxitos.

Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!
¡Estas muy viejo, ya no podrás!
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
y las ilusiones se convierten en esperanza.

Tengo los años en que el amor
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras es un remanso de paz, como el atardecer en la playa.

¿Qué cuantos años tengo?
No necesito con un número marcar,
pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé
al ver mis ilusiones truncadas,
¡Valen mucho más que eso!

¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!
Pues lo que importa:
¡Es la edad que siento!

Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos.

¿Qué cuantos años tengo?
¡Eso a quien le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo
y hacer lo que quiero y siento.






ESPAÑISTÁN




Saludos. Mi nombre es Aleix Saló. Nací el año 1983 en Ripollet y bla, bla, bla, hasta hoy.



La obra que os presento es producto de mi interés por realizar un relato sobre la realidad vivida en este país los últimos diez años. Una década, a mi entender, que dejará para la posteridad una de las crónicas más completas jamás relatadas sobre mezquindades y bajezas humanas de nuestra historia reciente. Lo que empezó siendo, a principios de los años 2000, el inicio de una prometedora época de bonanzas económicas y libertades sociales ha acabado por mostrarse ante nuestros ojos como un monumental engaño. Un engaño, a la postre, tan burdo como el timo de la estampita.



Analizándolo ahora con cierta perspectiva, podemos apreciar como, mientras la clase media nos recreábamos en el hedonismo low-cost, la élite en el poder se afanaba en afianzar su dominio sobre nuestras vidas, hasta consolidar una suerte de neo-feudalismo disfrazado de capitalismo meritocrático. Porque, no sé si os habréis percatado, pero si viviéramos en un capitalismo real la mayor parte del lobby empresarial y financiero estaría ahora pidiendo limosna en las esquinas (cuando no entre rejas) por culpa de su ineptitud a la hora de gestionar sus negocios. Y si eso no ha sucedido es porque han recurrido a todas las posibles trampas y atajos a que han tenido acceso, con la inestimable ayuda de una clase política mediocre y untada hasta las cejas. Lo peor de todo es que tales trampas (evasión de impuestos, condonaciones de deudas millonarias, sobornos, cohecho…) son perpetradas con tal indisimulo que nos harían enrojecer si no fuera porque ya forman parte del ADN de este país.



Superada la década, y ya en pleno año 2011, lo único que le ha quedado al ciudadano de base es una larga lista de recortes sociales y penurias económicas. La brecha entre ricos y pobres ya no es una brecha, es un abismo. Ya no hay clase media, solo mileuristas. Y por no poder, ya ni siquiera podemos recurrir a la cultura del esfuerzo para progresar, pues ésta ya no es válida en una sociedad que premia el trilerismo por encima de todo.



Cuando me planteé retratar esta realidad se me antojó una visión en la que los ciudadanos nos vemos los unos a los otros por la mirilla del tópico y el cliché social: el parado, la funcionaria, el mileurista, la pensionista, el empresario… Y fue así como decidí hacer un homenaje a John R. R. Tolkien y a su magna obra El Señor de los Anillos, así como a su recurso de recrear un mundo ficticio fragmentado en regiones y razas contrapuestas.


Una vez finalizada la historia, y casi sin darme cuenta, nació un relato con muchas más influencias: desde El Mago de Oz y Futurama, hasta Los Simpson y Harry Potter, pasando por diversos elementos de la cultura popular reciente como el programa Alguna Pregunta Més?, la serie Aída, el programa La Noria, los interesantes debates entre internautas en webs como Menéame.net, Burbuja.info o Jenesaispop.com, etc…
Por otra parte, y con el deseo de romper los límites del formato del cómic y llegar un poco más lejos, he realizado un video de animación y una futura exposición que completaran este relato, y así, conformar una obra conjunta, que se extienda en los máximos soportes posibles.
Gracias y hasta pronto.







Bienvenidos a Españistán (Prólogo del cómic)



Bienvenidos al país con el mejor sistema educativo de toda África. El país de las hipotecas crecientes y los sueldos menguantes, una democracia joven que lo mismo te patenta la fregona que te planta un adosado sobre una fosa común por aquello de cerrar viejas heridas.


Bienvenidos al país con los directivos mejor pagados de Europa y la tasa de paro más alta del mundo libre. El país donde el 65% del dinero circula en billetes de 500, la nación de naciones con más idiomas, bailes regionales y cocaína por habitante del planeta. La capital mundial del currículum vitae, el neón en los bajos y el inglés nivel medio, orgullosos inventores de la hipoteca a cincuenta años y el minipiso cuco pero asfixiante.



Bienvenidos a este fantástico país donde los ingenieros son parias y las chonis líderes de opinión, ¿me entiendes? Donde la innovación es un anglicismo y la prensa un conglomerado de propagandas con sudoku adjunto. El país donde los políticos inauguran descampados no vaya ser que alguien, algún día, monte ahí un hospital.



Digan hola a nuestros jueces progresistas y a nuestros jueces conservadores. Somos tan demócratas que lo tenemos todo bipolar. Aquí los poderes del Estado están separados por paneles corredizos de Pladur para agilizar el tránsito de maletines.


¡Contemplen el milagro económico erigido con poderosas vigas de arena de playa! Si no te gusta cómo están las cosas, manda un SMS con el texto LA GRAN FIESTA DE LA DEMOCRACIA y entrarás en el sorteo de un contrato como mano de obra barata más allá de Pirineos.
Tomen asiento y disfruten del país donde la corrupción es avalada democráticamente, el balcón desde el que Europa salta a la piscina con resultado de traumatismo craneoencefálico y repatriación de cadáver.
Griten conmigo: ¡bajo los adoquines están las máquinas perforadoras compradas al primo del alcalde!
Bienvenidos a Españistán.
Jose A. Pérez

Historia del rey que hacía desiertos

Érase una vez un rey que había nacido con un defecto en el corazón y que vivía en un gran palacio –como suelen ser siempre los palacios de los reyes-, cercado por desiertos por todos los lados menos por uno. Siguiendo el gusto que le imponía su defecto con que había venido al mundo, mandó arrasar todos los campos de alrededor, de tal modo que, asomado por la mañana a la ventana de su cuarto, sólo podía ver desolación y ruinas hasta el fin y el fondo del horizonte.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

Arrimado al palacio, por la parte de atrás, había un pequeño espacio cercado por un muro. Este espacio parecía una isla y se había librado por estar a salvo de las miradas del rey, a quien complacían más las vistas de la fachada noble.
Sin embargo, un día el rey se levantó con hambre de más desiertos y se acordó del huerto que un poeta de la corte, adulador como un perrillo faldero, había comparado con un espino que picara la rosa que, a su ver, era el palacio del monarca. Dio, pues, el soberano la vuelta a la real morada, llevando tras él a los cortesanos y a los ejecutores de sus justicias, y fue a mirar el torvo muro blanco de vergel y las ramas de los árboles que allí habían crecido. Se pasmó el rey ante su propia indolencia al consentir semejante escándalo y dio unas cuantas órdenes a sus criados. Saltaron éstos el muro con gran alarido de voces y serruchos y cortaron las copas que sobresalían.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

Vio el rey el resultado, miró a ver si sería bastante, consultó con su corazón defectuoso y decidió que había que derribar los muros. De inmediato avanzaron unas pesadas máquinas que llevaban colgadas grandes mazas de hierro que, balanceándose, dieron con los muros en tierra entre un enorme estruendo y nubes de polvo. Fue entonces cuando aparecieron a la vista los troncos degollados de los árboles, los pequeños bancales y, en un extremo, una casa toda cubierta de campánulas azules.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

Por los espacios que los árboles dejaban, pudo ver el Rey el final del horizonte, pero temió que, de repente, crecieran las ramas y acabaran arrancándole los ojos, así que dio más órdenes y una multitud de hombres se lanzó al vergel para arrancar de raíz todos aquellos árboles y quemarlos allí mismo. El fuego acabó con los planteles y se dice que, por este motivo, la corte decidió organizar un baile, que el rey abrió solo, sin pareja, porque, como queda dicho, el rey tenía un defecto en el corazón.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

Acabó la danza cuando se apagaban las últimas llamaradas y el viento arrastraba el humo hacia el fondo del horizonte. El rey, cansado, fue a sentarse en el trono de recorrer las calles y concedió besamanos, mientras miraba con el ceño fruncido la casa y las campánulas azules. Dio una nueva orden a gritos y, de inmediato, ya no hubo ni casa, ni campánulas azules, ni nada, a no ser el desierto.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

Para el malvado corazón del rey, el mundo había llegado, al fin, a la perfección. El soberano se disponía ya a volver, feliz, a su palacio, cuando de los escombros de la casa salió una figura que empezó a andar sobre las cenizas de los árboles. Era quizá el dueño de la casa, el que cultivaba aquella tierra, el que levantaba las espigas. Y cuando este hombre andaba, le tapaba la vista al rey, acercándole el horizonte hasta el palacio, como si lo fuera a sofocar.

Y quien esto lea y no lo cuente,
En ceniza muerta se convertirá.

Entonces el rey sacó la espada y, al frente de los cortesanos, avanzó hacia el hombre. Cayeron sobre él y, sujetándolo de brazos y piernas, en medio de la confusión sólo se veía la espada del rey subir y bajar hasta que el hombre desapareció, quedando en su lugar un gran charco de sangre. Éste fue el último desierto que hizo el rey: durante la noche, la sangre fue avanzando y rodeó el palacio como un anillo; a la noche siguiente, el anillo se hizo más ancho, y cada vez más, hasta el fin y el fondo del horizonte. Sobre este mar hay quien dice que vendrán navegando un día barcos cargados de hombres y semillas, pero también hay quien dice que, cuando la tierra acabe de beber la sangre, ya no será posible rehacer ningún desierto sobre ella.


Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.



J. SARAMAGO, Historia del rey que hacía desiertos



¿ELDOCTORLIVINGSTONE,SUPONGO? Obra final.



El producto final del concurso, la obra completa.

La puedes ver e incluso descargar; aquí al lado mismo. En PARA SABER aún MÁS.





Y aquí estamos casi todos.

Advertidos desde hace más de 200 años.




“Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a ellos, privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, seguida por la recesión, hasta el día que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron”.
Th. JEFFERSON - uno de los autores de la Declaración de independencia de los EE.UU y tercer Presidente- en 1802 .

Lo que arrastra el viento. FINAL DE CURSO

OBRAS MAESTRAS. Imprescindibles,oiga


La película que teníamos que haber visto, y disfrutado, para terminar debidamente y como se merece un curso como éste.
Pero que, en cualquier momento, podéis, y seguramente debéis, compensar esa carencia, esa falta; imperdonable, sin duda.

Una historia espléndida pero sobre todo una colosal forma de narrarla.


Título original: PATHS OF GLORY
EE.UU, 1957
Dirección. S. Kubrick
Guión: S. Kubrick, C. Willingham, J. Thompson (basado en una novela de H. Cobb)
Reparto: Kirk Douglas, Ralph Meeker, Adolphe Menjou, George MacReady, Wayne Morris







Prohibida, censurada en España; no se estrenó hasta 1986.

El olor a carne quemada

¿Qué le preocupa del porvenir?

La memoria. Están desapareciendo los testigos del exterminio. Bueno, cada generación tiene un crepúsculo de esas características. Los testigos desaparecen.
Pero ahora me está tocando vivirlo a mí. Aún hay más viejos que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos son escritores, claro. En el crepúsculo la memoria se hace más tensa, pero también está más sujeta a las deformaciones. Luego hay algo...
¿Sabe usted qué es lo más importante de haber pasado por un campo? ¿Sabe usted qué es exactamente? ¿Sabe usted que eso, que es lo más importante y lo más terrible, es lo único que no se puede explicar? El olor a carne quemada. ¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada? Para esas circunstancias está, precisamente, la literatura. ¿Pero cómo hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado? ¿O intentas una reconstrucción minuciosa de las circunstancias generales del recuerdo, dando vueltas en torno al olor, vueltas y más vueltas, sin encararlo? Yo tengo dentro de mi cabeza, vivo, el olor más importante de un campo de concentración. Y no puedo explicarlo. Y ese olor se va a ir conmigo como ya se ha ido con otros.

Entrevista a Jorge Semprún, El País, 19/VIII/2000

El mito de la caverna



- Y a continuación – seguí - , compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o la falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia delante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual supone que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público por encima de las cuales exhiben aquéllos sus maravillas.
- Ya lo veo, dijo.
- Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
- ¡Qué extraña escena describes – dijo- y qué extraños prisioneros!
- Iguales que nosotros – dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos.
- ¿Cómo – dijo- si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
- ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
- ¿Qué otra cosa van a ver?
- Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
- Forzosamente.
- ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente?. ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?
- No, ¡por Zeus!, -dijo.
- Entonces, no hay duda –dije yo – de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
- Es enteramente forzoso –dijo.
- Examina, pues, -dije - , qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
- Mucho más, -dijo.
- Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿ no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría que éstos son realmente más claros que los que le muestran?
- Así es –dijo.
- Y si se lo llevaran de allí a la fuerza – dije- ,obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?
- No, no sería capaz, - dijo- , al menos por el momento.
- Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.
- ¿Cómo no?
- Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones de mirar y contemplar.
- Necesariamente, -dijo,
- Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.
- Es evidente – dijo – que después de aquello vendría a pensar en eso otro.
- ¿Y qué?. Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
- Efectivamente.
- Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquéllos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente “trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio” o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
- Eso es lo que creo yo –dijo-; que preferiría cualquier otro destino antes de aquella vida.
- Ahora fíjate en esto – dije - : si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
- Ciertamente, -dijo.
- Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad – y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse - , ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían, si encontraran manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?
- Claro que sí, -dijo.





PLATÓN, La República, libro VII

Si quieres leer el capítulo completo de la obra,que precisamente comienza con este mito, aquí puedes, en Para saber AÚN más






Emilio LLEDÓ, un filósofo español, contemporáneo nuestro, realiza una extraordinaria lectura de este mito platónico.





Ahí van algunas de sus reflexiones:






Se trata de unos hombres; de una existencia encadenada. Son los verdaderos protagonistas. Cuando alzamos, con la lectura, el telón del texto, están en silencio, absortos en el panorama de sombras que en el fondo de la caverna se divisa. Al mismo tiempo están oyendo un lenguaje, unas voces de otros personajes del drama que aún no hemos podido ver; pero las voces que oyen nuestros prisioneros, son voces sin rostro, sin labios. Como las sombras chinescas del fondo de la cueva, la voz que oyen es eco, sombra, pues, de palabras; comunicaciones sin contexto.
Debe ser algo así la vida: el nacimiento en una estructura férrea, en una sociedad no elegida, en unas ideologías heredadas, como la sangre o el lenguaje. Oyendo las voces-ecos, viviendo los objetos-sombras, sintiendo, de cuando en cuando, la oscuridad y el silencio; así debe ser el inicio de toda existencia. Pero el posible espectador fuera de la caverna, llegará a descubrir que no acaba aquí el juego. ¿O no hay espectadores posibles? Porque si no los hubiera, si no hubiera ojos que fuera del escenario-gruta, descubrieran otro espacio del drama, nadie podría quejarse de injusticia. Tal vez los prisioneros son felices, instalados en su original ignorancia, o mejor dicho, saturados de su sabiduría. Porque saber podría ser algo así como la conformidad entre la realidad y el deseo. Y ¿qué podría desear el prisionero, conforme con el eco y la sombra? ¿De dónde podría arrancar la duda? ¿De qué rincón de la oscuridad saldría la insatisfacción para sentir las cadenas como privación, la voz como eco, la realidad como sombra?
(...)
Porque tiene que haber otros engañadores, alguien que haya encadenado a esos prisioneros y que, sobre todo, haya establecido esa complicada noria de la mentira. ¿Quién ha ideado ese muro? ¿Quién ordena las secuencias de esos porteadores? ¿Quién ha organizado y con qué intención el múltiple engaño?
(...)
De pronto entran en escena otros nuevos personajes no incluidos en la nómina de Platón. «¿Qué pasaría si los prisioneros fueran liberados de sus cadenas?» (515b). Por lo visto hay también unos liberadores, alguien que desate y que obligue a emprender la ardua subida. Pero estos personajes no aparecen, no están encarnados en figura alguna, como la del prisionero o la del alienador-alienado.
(...)
Puede darse por ello una lectura trágica, que nos dice que no hay posibilidad alguna de mejorar la vida y a los hombres, aunque renovemos la forma de la caverna.
Aceptar su estructura, por mucho que intentemos liberar a los prisioneros, es aceptar, al final, la derrota. Porque no es sólo la estructura de la caverna la que es falsa. Lo falso es que se dé ese esquema de superación, esa búsqueda de la luz dentro de las paredes de la cueva. Lo verdaderamente falso es la cueva misma. El que haya que contar con sus paredes, su suelo, sus principios y valores. No cabe posibilidad alguna de mejorar, si no se cambian, radicalmente los presupuestos de ese juego. En una palabra, si no se hacen reventar sus paredes. Esto supone la eliminación del escenario en el que se representa la farsa. No queda otra solución que el derrumbe total de su tramoya.




E. LLEDÓ, La memoria del Logos




Un poco más para leer:






E. Lledó, La memoria del logos





En memoria de JORGE SEMPRÚN




En el día de su muerte.







EL ARCHIPIÉLAGO DEL HORROR NAZI


Discurso leído por el autor en el 65 aniversario de la liberación del campo de concentración de Buchenwald, en Alemania (11 abril 2010)



El 11 de abril de 1945 –hace pues sesenta y cinco años– hacia las cinco de la tarde, un jeep del Ejército americano se presenta a la entrada del campo de concentración de Buchenwald.
Dos hombres bajan del jeep.




De uno de ellos no se sabe gran cosa. Los documentos asequibles son poco explícitos.
Está establecido, en todo caso, que se trata de un civil. Pero, ¿por qué estaba allí, a la vanguardia de la Sexta División Acorazada del Tercer Ejército norteamericano del general Patton? ¿Qué profesión ejerce? ¿Cuál es su misión? ¿Es acaso periodista? ¿O, más probablemente, experto o consejero civil de algún organismo militar de inteligencia? No se sabe a ciencia cierta.
Está allí, sin embargo, presente, a las cinco de la tarde de un día memorable, ante la puerta de entrada monumental del campo de concentración. Está allí, acompañando al segundo tripulante del jeep.
Éste sí está identificado: es un teniente, mejor aún, un Primer Teniente, un oficial de inteligencia militar asignado a la Unidad de Guerra Psicológica del Estado Mayor del general Omar N. Bradley.




Tampoco sabemos lo que pensaron los dos americanos al bajarse del jeep y contemplar la inscripción en letras de hierro forjado que se encuentra en la verja del portal de Buchenwald: Jeden das Seine.
No sabemos si tuvieron tiempo de tomar nota mentalmente de tamaño cinismo, criminal y arrogante. ¡Una sentencia que alude a la igualdad entre seres humanos, a la entrada de un campo de concentración, lugar mortífero, lugar consagrado a la injusticia más arbitraria y brutal, donde sólo existía para los deportados la igualdad ante la muerte! El mismo cinismo se expresaba en la sentencia inscrita en el portal de Auschwitz: Arbeit macht frei. Un cinismo característico de la mentalidad nazi.




No sabemos lo que pensaron los dos americanos en aquel histórico momento. Pero sí sabemos que fueron acogidos con júbilo y aplauso por los deportados en armas que montaban la guardia ante la entrada de Buchenwald. Sabemos que fueron festejados como libertadores. Y lo eran, en efecto.
No sabemos lo que pensaron, no sabemos casi nada de sus biografías, de su historia personal, de sus gustos o disgustos, de su entorno familiar, de sus años universitarios, si es que los tuvieron.
Pero sabemos sus nombres. El civil se llamaba Egon W. Fleck y el primer teniente Edward A. Tenenbaum.




Repitamos aquí, en el Appeliplatz de Buchenwald, sesenta y cinco años después, en este espacio dramático, esos dos nombres olvidados e ilustres: Fleck y Tenenbaum.
Aquí, donde resonaba la voz gutural, malhumorada, agresiva, del Rapportführer todos los días de la semana, repartiendo órdenes o insultos; aquí donde resonaba también, por el circuito de altavoces, algunas tardes de domingo, la voz sensual y cálida de Zarah Leander, con sus sempiternas cancioncitas de amor, aquí vamos a repetir en voz alta, a voz en grito si fuera necesario, aquellos dos nombres.
Egon W. Fleck y Edward A. Tenenbaum.




Así, maravillosa ironía de la historia, increíble revancha significativa, los dos primeros americanos que llegan a la entrada de Buchenwald, aquel 11 de abril de 1945, con el Ejército de la liberación, son dos combatientes judíos. Y por si fuera poco, dos judíos americanos de filiación germánica, más o menos reciente.




Ya sabemos, pero no es inútil repetirlo, que en la guerra imperialista de agresión que desencadena en 1939 el nacionalsocialismo, y que aspira al establecimiento de una hegemonía totalitaria en Europa, y acaso en el mundo entero, ya sabemos que en dicha guerra, el propósito constante y consecuente de exterminar al pueblo judío constituye un objetivo esencial, localmente prioritario, entre los fines de guerra de Hitler.
Sin tapujos ni concesiones a ninguna restricción mortal, el antisemitismo racial forma parte del código genético de la ideología del nazismo, desde los primeros escritos de Hitler, desde sus primerísimas actividades políticas. Para la llamada solución final de la cuestión judía en Europa, el nazismo organiza el exterminio sistemático en el archipiélago de campos especiales del conjunto Auschwitz- Birkenau, en Polonia. Buchenwald no forma parte de dicho archipiélago. No es un campo de exterminio directo, con selección permanente para el envío a las cámaras de gas. Es un campo de trabajo forzado, sin cámaras de gas. La muerte, en Buchenwald, es producto natural y previsible de la dureza de las condiciones de trabajo, de la desnutrición sistemática. Como consecuencia, Buchenwald es un campo judenrein.




Sin embargo, por razones históricas concretas, Buchenwald conoce dos periodos diferentes de presencia masiva de deportados judíos.
Uno de esos periodos se sitúa en los primeros años de existencia del campo, cuando, después de la Noche de Cristal y del pogrom general organizado, en noviembre de 1938, por Hitler y Goebbels personalmente, miles de judíos de Frankfurt, en particular, son enviados a Buchenwald.
En 1944, los veteranos comunistas alemanes se acordaban todavía de la mortífera brutalidad con que fueron maltratados y asesinados a mansalva, masivamente, aquellos judíos de Frankfurt, cuyos supervivientes fueron luego enviados a los campos de exterminio del Este.
El segundo periodo de presencia judía en Buchenwald se sitúa en 1945, hacia finales de la guerra, en los meses de febrero y de marzo concretamente. En aquel momento, decenas de miles de supervivientes judíos de los campos del Este fueron evacuados hacia Alemania central por el SS, ante el avance del Ejército Rojo.




A Buchenwald llegaron miles de deportados escuálidos, transportados en condiciones inhumanas, en pleno invierno, desde la lejana Polonia. Muchos murieron durante un viaje interminable. Los que consiguieron alcanzar Buchenwald, ya sobrepoblados, fueron instalados en los barracones del kleine Lager, el campo de cuarentena, o en tiendas de campaña y carpas especialmente montadas para su precario alojamiento.
Entre aquellos miles de judíos llegados por entonces a Buchenwald, y que nos aportaron información directa, testimonio vivo y sangrante del proceso industrial, salvajemente racionalizado, del exterminio masivo en las cámaras de gas, entre aquellos miles de judíos había muchos niños y jóvenes adolescentes.
La organización clandestina antifascista de Buchenwald hizo lo posible para venir en ayuda de los niños y adolescentes judíos supervivientes de Auschwitz. No era mucho, pero era arriesgado: fue un gesto importante de solidaridad, de fraternidad.




Entre aquellos adolescentes judíos se encontraba Elie Wiesel, futuro premio Nobel de la Paz. Se encontraba también Imre Kertesz, futuro premio Nobel de Literatura.
Cuando el presidente Barack Obama, hace unos meses, visitó Buchenwald, le acompañaba Elie Wiesel, hoy ciudadano americano. Se puede suponer que Wiesel aprovechó aquella ocasión para informar al presidente de EE UU de la experiencia de aquel pasado imborrable, de su experiencia personal de adolescente judío en Buchenwald.




En cualquier caso, me parece oportuno recordar aquí, en este momento solemne, en este lugar histórico, la experiencia de aquellos niños y adolescentes judíos, supervivientes del campo de Auschwitz, último círculo del infierno nazi. Recordar tanto a los que se hicieron célebres, como Kertesz y Wiesel, por su talento literario y su actividad pública, como a aquellos que permanecieron, sencillos héroes, en el anonimato de la historia. Además, no es ésta mala ocasión para subrayar un hecho que se perfila inevitablemente en el horizonte de nuestro porvenir.
Como ya dije hace cinco años, en el Teatro Nacional de Weimar, “la memoria más longeva de los campos nazis será la memoria judía. Y ésta, por otra parte, no se limita la experiencia de Auschwitz o de Birkenau, Y es que, en enero de 1945, ante el avance del Ejército soviético, miles y miles de deportados judíos fueron evacuados hacia los campos de concentración de Alemania central.
Así, en la memoria de los niños y adolescentes judíos que seguramente sobrevivirán todavía en 2015, es posible que perdure una imagen global del exterminio, una reflexión universalista. Esto es posible y pienso que hasta deseable: en este sentido, pues, una gran responsabilidad incumbe a la memoria judía… Todas las memorias europeas de la resistencia y del sufrimiento sólo tendrán, como último refugio y baluarte, dentro de diez años, a la memoria judía del exterminio. La más antigua memoria de aquella vida, ya que fue, precisamente, la más joven vivencia de la muerte”.

Pero volvamos un momento al día del 11 de abril de 1945. Volvamos al momento en que Egon W. Fleck y Edward A. Tenenbaum detienen su jeep ante el portal de Buchenwald.
Probablemente, si tuviera muchos años menos, acometería ahora una indagación histórica, una investigación novelesca acerca de estos dos personajes, investigación que abriría el camino de un libro sobre aquel 11 de abril de hace más de medio siglo, un trabajo literario en el cual ficción y realidad se apoyarían y enriquecerían mutuamente. Pero no me queda tiempo para semejante aventura.
Me limitaré pues a recordar algunas frases del informe preliminar que Fleck y Tenenbaum redactaron dos semanas después, el 24 de abril exactamente, para sus mandos militares, informe que consta en los Archivos Nacionales de EE UU.
Al desembocar en la carretera principal”, escriben los dos americanos, “vimos a miles de hombres, harapientos y de aspecto famélico, en marcha hacia el Este, en formaciones disciplinadas. Estos hombres iban armados y tenían jefes que los encuadraban. Algunos destacamentos portaban fusiles alemanes. Otros llevaban al hombro “panzerfausts”. Se reían y hacían gestos de furiosa alegría mientras caminaban… Eran los deportados de Buchenwald, en marcha hacia el combate, mientras nuestros tanques los rebasaban a 50 kilómetros por hora…”




Este informe preliminar es importante por varias razones. En primerísimo lugar, porque los dos americanos, testigos imparciales, confirman rotundamente la realidad de la insurrección armada, organizada por la Resistencia antifascista de Buchenwald, y que fue motivo de polémica en los tiempos de la guerra fría.
Lo más importante, sin embargo, al menos para mí, desde un punto de vista humano y literario, es una palabra de este informe: la palabra alemana panzerfaust. Fleck y Tenenbaum, en efecto, escriben su informe en inglés, como es lógico. Pero cuando se refieren al arma individual antitanque, que se denomina bazooka en casi todos los idiomas del mundo, y en todo caso en inglés, recurren a la palabra alemana.
Lo cual hace pensar que Fleck y Tenenbaum, el civil y el militar, son americanos de reciente filiación germánica. Y esto abre un nuevo capítulo de la investigación novelesca que me apetecería acometer.
Pero hay otra razón, más personal, que me hace importante la palabra panzerfaust, o sea, literalmente, “puño antitanque”. Y es que yo estaba, aquel día de abril de 1945, en la columna en marcha hacia Weimar, aquella columna de hombres armados, furiosamente alegre. Yo estaba entre los portadores de bazookas.
El deportado 44904, con en el pecho el triángulo rojo estampado en negro con la letra “S”, de Spanier, español, ése era yo, entre los jubilosos portadores de bazooka o panzerfaust.




Hoy, tantos años después, en este dramático espacio del Appeliplatz de Buchenwald. En la frontera última de una vida de certidumbres destruidas, de ilusiones mantenidas contra viento y marea, permítanme un recuerdo sereno y fraternal hacia aquel joven portador de bazooka de 22 años.
Muchas gracias por la atención.

Crímenes económicos contra la humanidad.

Lourdes Benería / Carmen Sarasúa – El País, 29 de marzo de 2011



Según la Corte Penal Internacional, crimen contra la humanidad es “cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre, cometido como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil”. Desde la II Guerra Mundial nos hemos familiarizado con este concepto y con la idea de que, no importa cuál haya sido su magnitud, es posible y obligado investigar estos crímenes y hacer pagar a los culpables.

Situaciones como las que ha generado la crisis económica han hecho que se empiece a hablar de crímenes económicos contra la humanidad. El concepto no es nuevo. Ya en los años 1950 el economista neoclásico y premio Nobel Gary Becker introdujo su “teoría del crimen” a nivel microeconómico. La probabilidad de que un individuo cometa un crimen depende, para Becker, del riesgo que asume, del posible botín y del posible castigo. A nivel macroeconómico, el concepto se usó en los debates sobre las políticas de ajuste estructural promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial durante los ochenta y noventa, que acarrearon gravísimos costes sociales a la población de África, América Latina, Asia (durante la crisis asiática de 1997-98) y la Europa del Este. Muchos analistas señalaron a estos organismos, a las políticas que patrocinaron y a los economistas que las diseñaron como responsables, especialmente el FMI, que quedó muy desprestigiado tras la crisis asiática.

En la actualidad son los países occidentales los que sufren los costes sociales de la crisis financiera y de empleo, y de los planes de austeridad que supuestamente luchan contra ella. La pérdida de derechos fundamentales como el trabajo y la vivienda y el sufrimiento de millones de familias que ven en peligro su supervivencia son ejemplos de los costes aterradores de esta crisis. Los hogares que viven en la pobreza están creciendo de forma imparable. Pero ¿quiénes son los responsables? Los mercados, leemos y oímos cada día.
En un artículo publicado en Businessweek el 20 de marzo de 2009 con el título “Wall Street’s economic crimes against humanity”, Shoshana Zuboff, antigua profesora de la Harvard Business School, sostenía que el que los responsables de la crisis nieguen las consecuencias de sus acciones demuestra “la banalidad del mal” y el “narcisismo institucionalizado” en nuestras sociedades. Es una muestra de la falta de responsabilidad y de la “distancia emocional” con que han acumulado sumas millonarias quienes ahora niegan cualquier relación con el daño provocado. Culpar solo al sistema no es aceptable, argumentaba Zuboff, como no lo habría sido culpar de los crímenes nazis solo a las ideas, y no a quienes los cometieron.



Culpar a los mercados es efectivamente quedarse en la superficie del problema. Hay responsables, y son personas e instituciones concretas: son quienes defendieron la liberalización sin control de los mercados financieros; los ejecutivos y empresas que se beneficiaron de los excesos del mercado durante el boom financiero; quienes permitieron sus prácticas y quienes les permiten ahora salir indemnes y robustecidos, con más dinero público, a cambio de nada. Empresas como Lehman Brothers o Goldman Sachs, bancos que permitieron la proliferación de créditos basura, auditoras que supuestamente garantizaban las cuentas de las empresas, y gente como Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal norteamericana durante los Gobiernos de Bush y Clinton, opositor a ultranza a la regulación de los mercados financieros.
La Comisión del Congreso norteamericano sobre los orígenes de la crisis ha sido esclarecedora en este sentido. Creada por el presidente Obama en 2009 para investigar las acciones ilegales o criminales de la industria financiera, ha entrevistado a más de 700 expertos. Su informe, hecho público el pasado enero, concluye que la crisis se hubiera podido evitar. Señala fallos en los sistemas de regulación y supervisión financiera del Gobierno y de las empresas, en las prácticas contables y auditoras y en la transparencia en los negocios. La Comisión investigó el papel directo de algunos gigantes de Wall Street en el desastre financiero, por ejemplo en el mercado de subprimes, y el de las agencias encargadas del ranking de bonos. Es importante entender los distintos grados de responsabilidad de cada actor de este drama, pero no es admisible la sensación de impunidad sin “responsables”.

En cuanto a las víctimas de los crímenes económicos, en España un 20% de desempleo desde hace más de dos años significa un enorme coste económico y humano. Miles de familias sufren las consecuencias de haber creído que pagarían hipotecas con sueldos mileuristas: 90.000 ejecuciones hipotecarias en 2009 y 180.000 en 2010. En EE.UU., la tasa de paro es la mitad de la española, pero supone unos 26 millones de parados, lo cual implica un tremendo aumento de la pobreza en uno de los países más ricos del mundo. Según la Comisión sobre la Crisis Financiera, más de cuatro millones de familias han perdido sus casas, y cuatro millones y medio están en procesos de desahucio. Once billones de dólares de “riqueza familiar” han “desaparecido” al desvalorizarse sus patrimonios, incluyendo casas, pensiones y ahorros. Otra consecuencia de la crisis es su efecto sobre los precios de alimentos y otras materias primas básicas, sectores hacia los que los especuladores están desviando sus capitales. El resultado es la inflación de sus precios y el aumento aún mayor de la pobreza.

En algunos casos notorios de fraude como el de Madoff, el autor está en la cárcel y el proceso judicial contra él continúa porque sus víctimas tienen poder económico. Pero en general, quienes han provocado la crisis no solo han recogido unas ganancias fabulosas, sino que no temen castigo alguno. Nadie investiga sus responsabilidades ni sus decisiones. Los Gobiernos los protegen y el aparato judicial no los persigue.
Si tuviéramos nociones claras de qué es un crimen económico y si existieran mecanismos para investigarlos y perseguirlos se hubieran podido evitar muchos de los actuales problemas. No es una utopía. Islandia ofrece un ejemplo muy interesante. En vez de rescatar a los banqueros que arruinaron al país en 2008, la fiscalía abrió una investigación penal contra los responsables. En 2009 el Gobierno entero tuvo que dimitir y el pago de la deuda de la banca quedó bloqueado. Islandia no ha socializado las pérdidas como están haciendo muchos países, incluida España, sino que ha aceptado que los responsables fueran castigados y que sus bancos se hundieran.

De la misma forma que se crearon instituciones y procedimientos para perseguir los crímenes políticos contra la humanidad, es hora de hacer lo mismo con los económicos. Este es un buen momento, dada su existencia difícil de refutar. Es urgente que la noción de “crimen económico” se incorpore al discurso ciudadano y se entienda su importancia para construir la democracia económica y política. Como mínimo nos hará ver la necesidad de regular los mercados para que, como dice Polanyi, estén al servicio de la sociedad, y no viceversa.


Lourdes Benería es profesora de Economía en la Universidad de Cornell y miembro del Comité Científico de Attac España. Carmen Sarasúa es profesora de Historia Económica en la Universidad Autónoma de Barcelona.